Wednesday, June 30, 2010

LA CAIDA DEL COMUNISMO Y LA DISOLUCIÓN DE LA UNION SOVIÉTICA[1]





Marc Ferro[2] 



Agradezco la amable presentación, de unos y otros, y quisiera decirle a cada uno de uds. que estoy muy contento de hablarles sobré este problema del fin del comunismo y del fin, igualmente del Imperio Soviético. Decir que estoy muy contento de ninguna manera expresa de mi parte posición ideológica alguna, porque quiero mucho a Rusia, al mundo soviético, que he visitado en numerosas ocasiones trabajos; es un pueblo muy cautivante, muy cultivado, con el que he mantenido relaciones muy estrechas. En mi propósito de comprenderlo está el propósito de un historiador, y hoy me encuentro ante la dificultad de exponer en un lapso tan corto dos problemas complejos: el fin del comunismo y el fin del imperio. 

¿Cómo empezar? Tal vez recordándoles, por si Uds. lo han olvidado, que en 1929 el cineasta Friedrich Ermler hizo una película titulada "El hombre que perdió, la memoria"; ésta trata de un soldado ruso qué, habiendo sido herido por un obus durante la guerra de 1914-1918, fue internado en un hospital. Diez años después, en 1927, volvió en si, al fin curado de ese terrible traumatismo y volvió a su ciudad, que ya no se llamaba San Petersburgo ni Petrogrado sino Leningrado; y ya de regreso decía: "es extraordinario, son las mismas personas pero todo ha cambiado". 

Hoy día es lo mismo: vayan a la Unión Soviética y encontrarán en el poder y en las calles a las mismas personas, pero todo ha cambiado. Lo curioso es que el subtítulo de esta película de 1929 es 'Los vestigios del imperio'. Se trataba, por supuesto, del imperio zarista, que había desaparecido con la constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. 

La segunda imagen que me viene a la memoria al abordar el segundo aspecto de mi problema consiste en pensar que los pueblos de la Unión Soviética han conocido una suerte de sismo, y uds. saben lo que pasa durante un sismo: la tierra tiembla -allá fue la sociedad la que tembló- y se abren amplias fisuras. Después de cierto tiempo, con nuevos movimientos, la tierra puede volverse a cerrar y las fisuras desaparecen. Algo parecido pasa en la Unión Soviética, donde las fisuras son las fronteras entre las diferentes repúblicas, que se han convertido en independientes -veremos cómo y por qué- y estas fisuras se están 

cerrando de nuevo; hoy casi sé podría decir que las repúblicas de la antigua Unión Soviética se reagrupan, no todas, por supuesto, pero casi todas. En este proceso hay dos fenómenos verdaderamente interesantes pero no fáciles de analizar. 

Para explicitar el problema del comunismo estoy obligado a dar marcha atrás -no les voy a contar la historia de Rusia, por supuesto-, a ubicarme un momento en 1917, para alejar de nuestras cabezas algunas ideas falsas, que hemos conocido desde hace cincuenta, años, sobre la Revolución de Octubre, sobre Lenin, Stalin,Trotsky, etc. 

Es necesario entonces, antes de comenzar, que consagre uno o dos minutos a "arrancar estos dientes malos", estas falsas ideas, pues si no lo hago, lo que expondré luego será menos comprensible. 

La primera idea falsa, toda una leyenda, consiste en creer que el régimen soviético se convirtió en un régimen tiránico, autoritario (por entonces no se decía totalitario), con la llegada de Stalin al poder. Es falso. 

Los caracteres fundamentales del régimen soviético existían desde 1917, desde octubre del 17, y uds. verán que aún antes. Ya había entonces campos de reclusión, se sentía ya el "peso de las ruedas" del partido único, en fin, existían características del régimen actual -más bien del de la época de Gorbachov- desde 1917, 18, 19, 20. Fueron los trostkistas los que difundieron la idea de que el régimen había cambiado de naturaleza con el estalinismo. 

Lo nuevo en la época estalinista lo constituyen dos fenómenos: el primero es que el terror político se ejerció, no solamente contra los no bolcheviques, lo que ya se había hecho (se había eliminado a los anarquistas, a los socialistas revolucionarios, a los mencheviques, a los liberales; todos fusilados o emigrados), sino que también el terror se extendió a los miembros del partido bolchevique. Esto es lo nuevo. 

Y la segunda diferencia del régimen estalinista, en relación con el régimen leninista o trotskista, es que el terror, que hasta entonces era un terror individual 6 de grupo social, mucho más limitado se convirtió en terror de masas. 

Esta es la primera leyenda a superar- ha completa continuidad del régimen leninista al régimen estalinista y al régimen de Andropov. 

La segunda leyenda que guardamos en nuestras memorias es la idea de que el régimen debe su origen al Partido Comunista, a los bolcheviques y solamente a los bolcheviques. Esta es una leyenda difícil de arrancar, de destruir, porque hay tal literatura comunista y anticomunista -que de cierta forma, unos y otros, han "bolchevizado" la historia. 

Cuando los campesinos incendiaban aldeas enteras o destruían la propiedad de los terratenientes, no tenían idea de quiénes eran los bolcheviques, ni el bolchevismo, ni el marxismo, ni Marx, ni nadie. Y los mismos bolcheviques no podían decir que no eran ellos los que instigaban esa violencia campesina, porque si eso hubieran hecho su legitimidad en la dirección del país no hubiera sido reconocida; se hubiera dicho: y bueno, si Uds. no controlan, entonces ¿por qué gobiernan.? 

En otras palabras, la bolchevización de la historia nos hizo creer que los bolcheviques estaban a la base de todo lo que vimos a partir de 1917. Es falso. Y quien también dijo que era falso, desde julio de 1917 y con mucho humor, fue Stalin cuando expresó: el gobierno provisional -es decir, Kerensky- nos acusa, a nosotros los bolcheviques, de haber desorganizado el ejército, rebelado el campo, dirigido las huelgas, desorganizado el país; verdaderamente señor Kerensky, es demasiado honor; nosotros no somos más que 24.000 y realmente no somos nosotros quienes hemos hecho eso; todo eso es el resultado del descontento que existe desde hace décadas. 

Podemos retomar la fórmula y decir que atribuir el origen del régimen denominado leninista, del denominado estalinista, en Síntesis, lo que podríamos llamar globalmente el régimen soviético, solamente a los comunistas, es demasiado honor. El terror en los campos, corno lo he expresado, comenzó sin los bolcheviques. 

El régimen mismo se constituyó a partir de dos fuerzas que entonces se conjugaron: una fuerza de arriba, que era el Partido Bolchevique por supuesto, y otra de abajo, adonde les soviets -que llamaremos los comités- se constituían por doquier: en las ciudades, en el campo, en las calles, en las universidades, en los hospitales; y estos comités no eran bolcheviques ni antibolcheviques, eran comités que administraban las empresas unos, otros los hospitales o las universidades. El injerto de estos comités en el partido que organizó la insurrección, el Partido Bolchevique, fue lo que dio nacimiento al régimen soviético. 

Es decir que la responsabilidad, de crímenes y de reformas a la vez, porque se dieron los dos, no debe ser atribuida solamente a los bolcheviques y solo a ellos. Y esta es una verdad muy difícil de avanzar. Esta es mi segunda leyenda. 

Mi tercera leyenda consiste en creer que el régimen soviético era un régimen totalitario porque había un partido único; es decir, se identifica la existencia de un solo partido con un régimen totalitario. El argumento no es bueno en Ciencias Políticas y en él caso de Rusia es totalmente falso. 

El verdadero problema no es que haya habido un solo partido en el poder, el verdadero problema es que los partidos políticos, digo los partidos, los mencheviques y los bolcheviques, pero también la SR (socialistas revolucionarios), querían controlar a las otras instituciones, es decir, a los sindicatos, a los comités de fábrica, a las ligas de mujeres, a las ligas nacionales, y esta voluntad y capacidad de los partidos para controlar a las otras instituciones fue lo que creó el totalitarismo, porque en una segunda etapa un partido expulsará a los otros. Luego, el partido controló a las instituciones, a las otras instituciones sociales, y esto es lo que crea la especificidad, la particularidad del régimen soviético; no fue que hubiera varios partidos que se convirtieron en uno sólo, fue que los partidos destruyeron a las otras instituciones y luego un solo partido triunfó sobre los otros. 

Estos son los tres primeros puntos que quería presentarles antes de comenzar un camino hacia adelante, que será una descripción global de las características del régimen comunista, en la Unión Soviética naturalmente, y luego de esta descripción uds. verán que finalmente se comprende cómo una situación histórica se revertió totalmente. 

¿Cómo definir el régimen soviético, es decir, de 1917 a 1985? La primera característica del régimen soviético es la bolchetvización de la sociedad. La bolchevización expresa que, poco a poco, la sociedad adoptó las ideas de los bolcheviques, o las ideas leninistas, o las ideas leno-marxistas, las ideas leno-estaliistas, etc. 

Este proceso se realizó de diferentes maneras: la primera, cronológicamente, fue la bokhevización democrática; es decir que los ciudadanos rusos, en 1917, 18, 19, juzgaban que en el análisis de los fenómenos sociales, en la práctica política, eran los bolcheviques los que tenían la razón. Y les daban la razón a los bolcheviques frente a los otros, o le daban la razón al partido frente a los sindicatos. Esta bolchevización democrática se tradujo en la victoria de los bolcheviques en numerosas elecciones de los soviets o comités, en Moscú y sobre todo en Leningrado, pero igualmente en todas las provincias. 

Uds. saben que en las elecciones de la Asamblea Constituyente los bolcheviques no eran mayoría, es cierto. Pero la elección de la Asamblea Constituyente era una e lección en medio de cincuenta otras. Globalmente, lo que podemos decir es que durante la primera fase de la revolución, los bolcheviques tuvieron una ventaja democrática sobre sus adversarios y rivales. 

Pero la bolchevización no se hizo solamente de manera democrática; posteriormente se avanzó de diferentes maneras y la segunda consistió en desarrollarse como contagio democrático. Como los bolcheviques eran "empujados por el viento" puesto que ganaban numerosas elecciones, las pequeñas organizaciones que estaban a su alrededor se les acercaron: los mencheviques de izquierda, los "martov", los "siervos de izquierda", etc.; diríamos que los grupúsculos se injertaron en el Partido Bolchevique que los anexó, pero fueron ellos los que lo pidieron. Esto lo podemos llamar contagio revolucionario. 

La bolchevización ganó terreno, pero todavía era democrática. Y llegó a ser abuso democrático el día en que una ciudad, digamos en Kazán o en Yitomar o en una ciudad cualquiera, los bolcheviques constituyeron el 55% del Buró contra el 45% compuesto por anarquistas, liberales, "cadetes", o lo que uds. quieran. Y ese 55% votó por la expulsión de los otros y los sacaron, y luego llamaron al ejército. Este es un abuso democrático, porque después no habrá más elecciones; y de cierta manera, la bolchevización produjo, lentamente, una mayoría absoluta y autoritaria. 

Cuando lograron la totalidad del Buró la bolchevización se hizo violenta; en los Buró, en aquellos en los que los bolcheviques no eran mayoría, utilizaron al ejército o la rebelión popular y finalmente ejecutaron, mataron, expulsaron, encerraron o enviaron al Goulag a sus adversarios. 

Estás son las fases de la boichevización, que concluyen hacia 1930; ya en estos años ninguna persona se atrevía a llamarse algo que no fuera bolchevique; algunos se llamaban sin partido, pero llamarse sin partido era convertirse en sospechoso y por eso todo el mundo adhirió al Partido Bolchevique, para estar a favor de la corriente. Como veremos, poco a poco la idea de una oposición aparecerá como absurda. 

Los bolcheviques ganaron gracias a su estrategia política; sus victorias fascinaron al mundo entero, los partidos comunistas se constituyeron por todo lado; parecía que eran los que tenían siempre la razón. Era evidente que si los dirigentes comunistas eran gente que históricamente había tenido razón, los que pretendan hacer una análisis histórico diferente aparecían como locos, orgullosos, y pronto fueron enviados al asilo. Este es el origen de los años para los opositores políticos. Y es que era necesario ser un loco para creer que se podía tener una opinión más justa que la de los que ganaron la historias ganaron la victoria. 

Esta es la primera característica del régimen soviético, la bolchevización, que concluyó en 1930. 

La segunda característica del régimen soviético es algo particular que podríamos llamar la burocratización. Pero ésta no quiere decir que el país se cubrió de burócratas, que habían demasiados funcionarios en oficinas escribiendo a máquina, no. En la época zarista ya había muchos burócratas. 

La burocratización no es la importancia de la administración, es un cierto modo de funcionamiento de las instituciones. Para que Uds. comprendan que es lo que denomino burocratización les voy a ofrecer el primer ejemplo de funcionamiento burocrático en la Unión Soviética y luego veremos que se generalizó. Este primer ejemplo tuvo lugar antes de la Revolución de Octubre, en plena revolución de febrero -el 27 de febrero- cuando se reunieron los soviets de Petrogrado, es decir, la fuerza que hizo la revolución de 1917. 

¿Y quiénes integraban los soviets de Petrogrado? Los representantes de los obreros, de los soldados, de la ciudad, es decir, de, la población, pero representada por categoría social; hablan sido electos por su participación en la revolución de febrero y se les conocía como el Buró Provisional de la revolución o del soviet. Estas reuniones se realizaron en medio de una gran efervescencia pues era la revolución de febrero, los cinco días de la revolución, y eran los conductores de estas jornadas -que se conocían, que no se conocían, anónimos- los que se instalaron en los Buró. 

Ahora bien, supongamos que en un determinado buró hablan 15 o 20 personas entre las cuales un menchevique, un sindicalista, un socialista revolucionario, tal vez un anarquista y también gente que no se sabía quiénes eran; y entonces uno se identificó diciendo: soy médico, y otro, soy abogado, pues no todos tenían, una etiqueta en la espalda con su partido político. Y también que en ese momento uno de los miembros del Buró tornó la palabra y dijo: "estamos ya aquí y eso está muy bien, pero no hay representante del partido socialdemócrata letón, tampoco del partido socialdemócrata georgiano, ni de los sindicatos. Piensan Uds. que no hace falta que estén en nuestro Buró aquellos que encarnan la revolución, es decir, más socialdemócratas de diferentes repúblicas y también los sindicalistas, etc. Les pedimos su opinión". Y naturalmente se respondió: sí, es justo, ¡Bravo! "Sí, Uds. hicieron la revolución hoy, ayer, anteayer, pero es necesario que este Buró de la revolución sea representativos". Luego se votó la propuesta y se aprobó integrar representantes de más organizaciones. 

Indudablemente es una decisión democrática; es democráticamente que decidieron, todos, que al Buró debía integrarse un representante del partido socialdemócrata letón y luego un representante de los sindicatos. Esto es la democracia, pero, ¿quién va a designar al representante del Partido socialdemócrata letón? El Partido socialdemócrata letón. Ya no serán los miembros de este Buró. ¿Quién va a designar al representante de los sindicatos? El Buró de los sindicatos, ya no serán los miembros de este Buró. En otras palabras, poco a poco este Buró se verá, de alguna manera, reemplazado por personas nombradas por otros a partir de otras propuestas democráticas. Esta es la burocratización. 

50 años después, es decir, hace diez años, el fenómeno es general; es decir que en cualquier institución Uds. encontrarán representantes que han sido designados por otras instituciones. Por ejemplo, en un hospital, Uds. encontrarán en la dirección del Buró del hospital al administrador -está muy bien-, al representante de los médicos muy bien-, al representante del personal sanitario -está muy bien-, al representante de los sindicatos esta muy bien-, al representante de la ciudad, que debe saber que acontece en este hospital -está muy bien-, al representante de las mujeres en el hospital -está muy bien-, pero también al representante de las madres de familia que van a dar a luz en este hospital de la ciudad -está muy bien-, y al cabo de un tiempo en este Buró la mayoría ya no corresponde a los que dirigen ese hospital, a los que están dentro de¡ hospital. Este es el fenómeno burocrático. 

Pero este fenómeno burocrático no existe solamente en la Unión Soviética, en Francia lo conocemos bien. Entre paréntesis, en el CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica), una institución muy conocida, en la Comisión de Historia, que conozco bien porque soy parte de ella, están los representantes de los historiadores y también el representante de las bibliotecas, de los archivos, de¡ Ministerio, del sindicato... Los historiadores somos minoría en la Comisión de Historia. Luego, no se puede tomar decisión alguna, estamos paralizados. 

Este fenómeno de la burocratización es la segunda característica del régimen soviético, al punto que Chernienko, que fue el último secretario general del Partido Comunista antes de Gorbachov, hace unos diez años dijo algo que me dio pistas: que había demasiada democracia en la Unión Soviética. Mientras los análisis de los especialistas de Occidente señalaban que por entonces la Unión Soviética estaba en pleno totalitarismo, él, Chernienko, decía: "Hay demasiada democracia en nuestro país" ¿Y qué es lo que quería decir? Que había en cada institución demasiada representación seudodemocrática de demasiadas instituciones, lo que en su criterio dañaba la disciplina y no permitía hacer más nada. No es que no hacían más nada, era que las fuerzas del Buró se neutralizaban, lo que paralizaba en cierta medida la acción del régimen. 

La tercera característica del régimen soviético se desprende de1 hecho de que el partido vencedor, el partido bolchevique, que se llama ahora Partido Comunista, por medio de un decreto de 1919 fue declarado institución dirigente. Es decir, la ley decidió que entre las diversas instituciones del país el partido comunista tenía prioridad. En otras palabras, si se pertenecía al partido bolchevique pero también se era sindicalista, en un conflicto entre el sindicato y el partido se debía olvidar que se era sindicalista, pues era el partido el que debía ganar. 

La cuarta característica es la plebeyización, del poder, que señala el proceso en el que la gente de pueblo, poco a poco, tomó el poder. ¿Y cómo es que tomaron el poder? Expresé antes que la Revolución de octubre nació de la conjunción de dos fuerzas: arriba, el Partido Bolchevique y sus militantes -24.000, lo que no era mucho- y abajo, todos los soviets o comités. ¿Y quiénes eran los miembros de esos comités? Eran los habitantes de un barrio que en el momento de la revolución de febrero, de la caída del zar, estuvieron dispuestos a organizar el barrio, a ocupar los apartamentos vacíos, a encargarse del aprovisionamiento; hoy les llamaríamos activistas, activistas sociales. Algunas veces actuaron un poco rápido, y no respetaban la ley zarista: si detectaban un apartamento vacío y sabían de la familia de un soldado que había muerto, que tenía niños y no tenía apartamento, metían a la familia en el apartamento vacío, lo que no era legal. Este comité de barrio es un ejemplo, pero habían comités de aprovisionamiento, de ayuda a las mujeres, de todo lo que Uds. quieran. 

Los miembros de esos comités sabían muy bien que si la revolución fracasaba serían fusilados y por ello adhirieron al bolchevismo. No eran bolcheviques, jamás habían leído a Marx, ni a Lenin ni a nadie; eran empleados, obreros, curas, sindicalistas, en fin, gente que durante la revolución había tratado de ser útil; y sabían que si la revolución no triunfaba ellos desaparecerían. 

Entonces se injertaron en el Partido Bolchevique y se hicieron más bolcheviques que los bolcheviques sin ser bolcheviques, y de cierta manera, llevaron consigo el sentimiento popular al partido. Esta gente se convirtió en uno de los, elementos del poder real, en las ciudades, en el campo, un poco por todo lado. 

Intentemos ver, después de esta constatación, cómo se organiza el poder. La gente de que les hablaba pronto será conocida como los "aparachick", palabra que no existía antes. Tenemos entonces abajo a los aparachick y arriba a los dirigentes del partido, que eran todos intelectuales, gente acomodada, burgueses, nobles, aristócratas, todos habían estudiado, menos uno tal vez. 

Los dirigentes del Partido Bolchevique no eran hombres de pueblo. No es mi intención molestar a alguno pero podría agregar que incluso nunca habían trabajado. Se trataba un poco de estudiantes que se quedaron preparando la revolución toda su vida y a quienes sus padres les enviaban becas, que iban a Ginebra, a París, a la Biblioteca Nacional. ¿Ven lo que quiero decir? Digamos que estos dirigentes bolcheviques constituían una inteligentsia, una juventud un poco dorada. La correspondencia de Lenin es muy interesante desde este punto de vista; cada vez que le escribía a su madre era para solicitarle dinero o alguna otra cosa, y su padre era un alto funcionario; Trotsky era un gran propietario, su padre fue terrateniente; Kolontay era de la alta nobleza, etc., etc. Eran gente que hoy llamaríamos de la "crema y natal; frecuentemente tenían hermanos en el Estado, corno funcionar los, como jefes de policía, etc. 

Abajo estaban los aparathick, gente de pueblo, que vestían chaquetas de cuero, que los rusos percibían como groseros, violentos, querían actuar, destrozaban todo, no eran cultivados, ni sabían leer ni escribir. Y como no sabían gran cosa de la gestión estatal, los bolcheviques consideraron que no se les podía confiar tareas importantes y entonces retomaron a los viejos funcionarios del zar, es decir, a gente qué poco a poco llegó a ser jefe del ministerio, diplomáticos, oficiales, en fin, todos aquellos que tenían una verdadera cultura. 

Entonces, el poder se compone ya de tres elementos: abajo, los aparachick, en medio los especialistas -tanto el médico militar como el médico simple, el profesor, los maestros y todo ese mundo- y los dirigentes bolcheviques arriba. Uno, dos, tres. 

Solamente que conforme pasó el tiempo los aparachick subieron de grado y expulsaron a los especialistas; decían que los especialistas eran traidores, que los profesores continuaban identificados con el antiguo régimen, que los médicos hacían una medicina burguesa, etc. Los desprestigiaron. En realidad ellos querían los puestos y lograron expulsarlos. Esta burguesía emigró rápidamente, por temor a ser ejecutada. 

Mientras tanto, en la cima, los' dirigentes luchaban entre ellos: Lenin contra Trotsky, Rikov contra Stalin, etc.; se mataban entre sí y al final quedó nadie; solamente Molotov sobrevivió hasta 1945; los otros murieron, excepto Stalin, quien ganó matando a los otros. 

De esta manera llegaron a la cabeza del poder los aparachick y el ejemplo tipo de estos aparachick fue Krustchev, que era un campesino que subió de grado y que un buen día tomó el poder pero que continuó siendo un hombre no cultivado ¿Lo recuerdan Uds., en la ONU, cuando protestó golpeando con su zapato, lo que molestó a todo el mundo? Se dijo entonces que era una vergüenza para la Rusia soviética tener un dirigente como ese. De cierta manera, él encarnaba a los aparachick que habían subido al poder, y Chernienko también era uno de ellos, e igualmente otros. 

Les he presentado las cuatro características del régimen soviético y ahora, si Uds. lo desean, veremos corno poco a poco todo va a revertirse para desembocar en el fin del comunismo. 

Es evidente que lo que caracteriza el régimen de los años 30, 40, 50, 60, es el terror, terror que es desplegado desde arriba por la gente de abajo que había subido, que eran de origen campesino; y la gente de origen campesino, en general, cuando no tiene educación universitaria u otra, conserva ideas que no admiten simultáneamente dos medidas, es una u otra. Los campesinos en Francia están por la cacería o contra la cacería, ellos no están a medias. La cultura campesina no es una cultura de matices jurídicos. 



En otras palabras, la violencia era entonces desatada por gente que había conocido la violencia contra ellos, cuando eran niños, o por sus padres, cuando eran mujiks (campesinos rusos). La violencia de los años cincuenta fue tan fuerte corno la violencia de los años treinta, y tal vez mayor. Era un gobierno de la violencia y la gente estaba paralizada y no se atrevía a enfrentarse al poder, porque irían a un asilo o al Goulag. 

El régimen estaba incómodo, porque constataba que la sociedad se hacía amorfa, había perdido iniciativa. Ciertamente la guerra había ofrecido a todo el mundo la oportunidad de actuar, pero cuando la guerra terminó el régimen se quedó sin aliento, sin energía. Antes lo tenía, porque la gente subía en la escala social, iban del campo a la sociedad, eran miembros de un país que se tornaba poderoso, pero entonces se terminó; un poco como un "soufflé" en la cocina, que se baja. 

Y el régimen buscó ofrecer a la sociedad un poco de activismo y para ello empleó diferentes métodos; daré un solo ejemplo y luego lo generalizaré corno en el caso de la burocratización y Uds. comprenderán qué pasó; es casi divertido, casi cómico. 

No me creerán lo que les voy a decir, pero les aseguro que es cierto. El gobierno decidió darle un poco de libertad a los sindicatos. ¿Por qué a los sindicatos? Porque los sindicatos estaban particularmente desprestigiados, ya que por estar controlados por el partido no podían defender a los obreros. Ser sindicalista era ser traidor y este traidor estaba en el Ministerio de Economía, y ese traidor explicaba a los obreros que era necesario trabajar más y que más adelante estarían mejor. Eso estaba bien en 1920, 25, 30, pero en los cuarenta se acabó y en los cincuenta ya ni se hablaba de ello. Cuando alguien era sindicalista, todo el mundo se reía de él, un poco como hace diez años, cuando se veía a un militar, con sus medallas, todos los jóvenes se reían. 

El régimen quiso darle un poco de acción a los sindicatos por representar la institución más deshonrada. Les dijo: les vamos a dar un poquito de autonomía, un poquito de libertad, un poquito de algo. ¿Qué? Uds. van a administrar, a organizar, las incapacidades por enfermedad de los rusos. Perciben Uds. lo que significaba que al sindicalismo, que al inicio del siglo era una rama del movimiento obrero, que pensaba reorganizar la vida de las sociedades en el siglo XIX, XX, que tenía una gran actividad en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos, un poco por todo el mundo, pero que en Rusia estaba asfixiado, se le proponía administrar las incapacidades por enfermedad. ¡Escándalo! Pero ellos aceptaron y administraron las incapacidades, lo que no ponía en riesgo a Stalin. Y los sindicatos sabrán servirse de la administración de las incapacidades. 

En primer lugar, desde el momento en que son los únicos administradores de las incapacidades, son los médicos del sindicato los que van a decidir quién está enfermo y quién no. Y esto comienza a ser interesante, porque decidir quién está enfermo y por ello que tiene derecho a una incapacidad, es algo cuya importancia Uds. comprenderán. Los sindicatos desarrollaron toda una clientela en un país inmenso, compuesta por quienes obtenían las incapacidades. Y por supuesto, los que administraban las incapacidades debían también administrar los hoteles, en Crimea, en el Caúcaso, y después en Turkestán y después por todo lado y así llegaron a administrar dos tercios de los hoteles de Rusia. También los sindicatos llegaron a administrar los autobuses y los trenes que transportaban a los enfermos, y después también los cultivos, las cosechas, la alimentación, el aprovisionamiento de los hoteles que nutrían a los enfermos. Poco a poco, esta concesión de poder a los sindicatos en la administración de las incapacidades constituyó una superficie que se extendió y se extendió, pero que no amenazaba al poder político. Y esto es algo que los historiadores, los sociólogos, les científicos políticos, no vieron, porque los historiadores, sociólogos y científicos políticos viven fascinados por el análisis de los problemas políticos; no vieron el alcance social, significativo, que tenía la asunción de la administración de las incapacidades por parte de los sindicatos. 

La administración de las incapacidades por parte de los sindicatos, insisto expresamente, es una pequeña zona que va a escapársele al poder. No es una zona contra el poder, es una zona que escapa al poder. Diría que era como una pequeña mancha de aceite en el mar; no se le puede disolver, se mantiene, siempre está en algún lado, flota. Lo que es necesario comprender es que no hubo una mancha de aceite, ni una decena, sino cincuentenas. Por ejemplo, los deportistas, ellos hacen lo que quieren; vean las cantidades de controles que evaden. Se dice que la Unión Soviética no existe ya, que Rusia está muerta, que el régimen es esto, que la inflación aquello, y los deportistas siguen ahí. Los bailarines, el Bolshoi, el teatro, las actividades culturales, el cine, están siempre ahí. Son lo que denomino zonas de autonomía en el interior del sistema. 

Entonces, al interior del sistema totalitario habían 'zonas francas', pero que no amenazaban al poder, y es porque no amenazaban el poder que en Occidente no se les quería ver. Poco a poco estas zonas crecieron y mientras estas zonas crecían los años pasaban y la gente se instruía en las universidades, en los colegios, etc., y la joven sociedad soviética se convertía en la sociedad más instruida del mundo. En 1979 había 35 millones de doctores en la Unión Soviética, doctores en ciencias, en filosofía, en medicina, en todo lo que Uds. quieran, pero en todo caso 35 millones es mucho. En 1985 el 55% del Comité Central estaba constituido por doctores, que eran los hijos de los aparachick de los que les hablé antes. 

En otras palabras, en el interior del sistema no solo habían zonas de autonomía que crecían sino también había una nueva clase cultural que se estaba desarrollando, una nueva inteligencia, y que poco a poco, también ella subió al poder. 

Les ofreceré unas cifras y me excuso por ello,- pero alguna vez es necesario hacerlo porque algunas son formidables, de golpe esclarecen todo, y estas cifras que les ofreceré les esclarecerá todo de una sola vez. En el Soviet Supremo de 1984, 85, por ahí, antes de la Perestroïka, soviet que representaba a todas las categorías sociales de Rusia y de la Unión Soviética, habla en principio 24% de obreros. Pero si observo quiénes escribían los reportes de esta Asamblea, encuentro solo un 2% de obreros; y si observo quiénes escribían los reportes del Buró, solo un 60/o de obreros. En otras palabras, los obreros, los trabajadores manuales, los koljosianos, la gente de pueblo, poco a poco fueron eliminados del poder y son estas nuevas personas de las universidades y de las zonas de autonomía las que ejercían el poder; y así asistimos a la primera reversión, la deplebeyización de la sociedad y del poder. 

Fueron los mujiks que hablan subido al poder los que gobernaron hasta 1960. A partir de entonces, si observamos de cerca, veremos que ya no están los mujiks, son personas que estudiaron, un poco como los bolcheviques, pero ahora son muy numerosas. Para constatarlo, es suficiente observar tres fotografías; una de los soviets de 1917: "cuellos removibles", corbatas, burgueses; una de los soviets de 1940: en camisa, campesinos, algunas corbatas en medio, muy pocas; y una de los soviets de 1985 y de nuevo, anteojos, corbatas, jóvenes cuadros profesionales, que son lo que dirigen hoy a la Unión Soviética. 

Lo que es importante comprender es que son éstos los que llevaron a Gorbachov al poder. Gorbachov, un cuadro de la nueva sociedad, es producto de una revolución desde arriba; 1917 es una revolución desde abajo. La Perestroïka es una revolución desde arriba. Son los jóvenes instruidos, desarrollados, cultivados, los estudiantes, los doctores, los cuadros, que se meten a dirigir a Rusia y que escogen a Gorbachov, por supuesto, antes que a Romanov o a algunos otros que estaban entonces, como Yelsin, que aparecía corno un brutal, no como alguien de buenas costumbres. Se escogió a Gorbachov porque se pensó que iba a desbloquear la situación y también porque encarnaba a las nuevas generaciones y, consecuentemente, se esperaba que todo iba a cambiar. 

Efectivamente todo cambió, y lo que cambió -entre otros- con Gorbachov, es que él avanzó la segunda reversión. Hemos vistosa deplebeyización del poder, ahora vamos a ver la desinstitucionalización del partido. El partido dejará de ser la institución dirigente. 

La primera medida de Gorbachov quedó clara cuando dijo: es necesario que el partido devuelva el poder a los soviets, a los sindicatos, a estos y a aquellos y que acepte las elecciones. Yo estuve allá durante las elecciones de 1989, que me golpearon mucho, pues aunque yo no estuve en las elecciones de 1917, por supuesto, estudié durante veinte años la Revolución de 1917 y les aseguro que conozco muy bien todo lo que pasó entonces. Existen imágenes de la Revolución del 17 en las que se ve claramente quién tomaba la palabra: soldados, mujiks, obreros -se ve por los trajes- militares, todo el mundo. En las elecciones de 1989 ¿Quiénes tomaban la palabra? Doctores, arquitectos, agrimensores, profesores; ningún obrero, jamás un conductor de tranvía, un chofer de autobus, un conductor de trenes; únicamente los que llamaríamos cuadros de la sociedad. Esto es la revolución desde arriba, la reversión interesante. 

Como Uds. saben, Gorbachov decidió abolir el Artículo seis de la Constitución, es decir, al artículo que otorgaba al partido el poder sobre las otras instituciones. Y Gorbachov, que se mantenía en el partido, no era favorable al multipartidismo, pero fue el que democratizó, abrió las prisiones, liberó, etc. 



Hemos ya visto dos reversiones, la deplebeyización y el fin del monopolio del partido. Nos quedan dos por revisar, pero es necesario que Uds. comprendan que vamos a pasar del ritmo lento, de la lenta evolución, a una cadencia rápida, para comprender lo que pasó entre Gorbachov y Yelsin así como el significado de los dos golpes de estado. 

Gorbachov era un hombre de partido, el partido lo habla nombrado y sin duda, era un hombre moderno. Esta modernidad la había manifestado de todas las maneras, compartiendo siempre con intelectuales, ¡"sacó su carroza" enseguida! Iba a Novosibirsk, que era la universidad científica de la URSS y su Primer Ministro de Economía era un profesor de esta universidad. Tenía carné de tecnócrata del mundo moderno. Como Mendés France, en Francia, que bebía leche, Gorbachov bebía agua, únicamente agua, o tal vez coca cola. Para la masa rusa que todavía permanecía no cultivada, él era algo parecido a lo que nosotros vemos en los tecnócratas, y es por eso que Yelsin bebía vodka. 

Desde que Yelsin empezó a aparecer en las pantallas de televisión, bebía vodka ante las cámaras; reivindicaba que era un verdadero ruso, no un tecnócrata. Yelsin e muy demagogo, Gorbachov no, pero Gorbay ha cometido algunos errores, pero este es otro problema. 

En otras palabras, enseguida que la oposición entre estos dos hombres apareció, el que encamó la modernidad tecnocrática fue Gorbachov, pero también encarnaba al partido, que simboliza el pasado. Yelsin quiere encarnar a Rusia, a los hombres fuertes, bebe de un solo trago su vodka e incluso, les aseguro, se hizo formar ebrio en el Volga para que las cámaras mostraran a un Yelsin ebrio pero siempre siendo el hombre fuerte. Y los rusos dijeron, ¡ese es un hombre! en tanto que sobre Gorbachov se preguntan, ¿qué es lo que va a hablar con Mitterand en Francia? Viaja, se pasea. Desde el inicio Gorbachov no era muy popular, y Uds. me preguntarán ¿por qué no era popular si les ha dado la libertad a los rusos? Es verdad, dio la libertad, si, pero teóricamente, técnicamente. 

He intentado que Uds. comprendan algo que casi nadie se atreve a decir, y es que Rusia era ya un poco libre antes de Gorbachov. Ya habían hermosas piezas de teatro libre, ya habla una televisión casi libre -por supuesto que oficialmente no, pero en la realidad sí-y por eso los rusos no tienen el sentimiento de que Gorbachov les haya dado la libertad. Tienen, más bien, el sentimiento de que fueron ellos los que llevaron a Gorbachov al poder, lo que no es de manera alguna lo mismo. 

En otras palabras, los rusos no le reconocen a Gorbachov lo que nosotros si le reconocíamos, nosotros, que teníamos ideas falsas sobre la sociedad soviética. Gorbachov, de cierta manera, se divorció rápidamente de la población porque el pueblo le reprochaba ser un tecnócrata y de fracasar en sus reformas, y los intelectuales no le agradecieron del todo el haber oficializado la libertad, porque siempre es un poco molesto, desagradable, agradecerle a alguien que nos haya devuelto la libertad cuando no la conquistamos nosotros mismos, por las armas. Los intelectuales con los que me he reunido allá, desde hace diez años, muy raramente dicen algo bueno de Gorbachov. Los estudiantes igual, se burlaban de Gorbachov; lo aceptaban al inicio pero no después. 

Y sobre todo, cuando Gorbachov liberó a Polonia, a Hungría, etc., para los rusos eso no era algo de qué vanagloriarse pues los rusos no quieren a los poloneses, ni a los húngaros, ni a ninguna de esa gente. Y devolverles la libertad no era propiamente una idea genial para la masa de la población rusa. 

Lo que quiero explicarles es que todas las razones por las que, para nosotros, Gorbachov era un dios, en Rusia más bien iban un poco contra él. Pero a final de cuentas resultaba simpático, se le apreciaba. Se le apreciarla aún si sus reformas hubieran triunfado, pero fracasaron, especialmente la reforma económica. 

Es entonces que todo va a resquebrajarse y desestabilizarse. Gorbachov sabía que era absolutamente necesaria una reforma económica para que cambiara la situación y el país se remodernizara. Pensó en privatizar, se plegó a la privatización, es decir, al liberalismo y fue su idea; contó a los dirigentes de¡ partido, puesto que siempre ha estado en el partido, dirigir la economía como si fueran empresarios privados; un poco como en Francia, donde las fábricas nacionalizadas son, contadas a patrones que se convertirán luego en patrones privados, con responsabilidades propias. 

Les puedo asegurar que este era realmente su plan, aunque no lo he podido verificar globalmente pero sí en ciertos sectores. Sé que la Revista Histórica debía ser privatizada y designados los antiguos directores como patrones. La idea de Gorbachov descendía hasta los más pequeños detalles, como el que la Revista Histórica se privatizara. 

fue como una novela cuando el país empezó a dividirse: unos estaban por estas reformas y los otros contra; pero en sus campañas electorales apasionadas los armenios, ,en lugar de decir estamos por las retornas o contra, gritaban caravac, caravac, es decir, queremos caravac, la guerra contra Azerbaidzhán. 

es que en el momento en que la reforma económica iba a desembocar en la privatización, confiada a los dirigentes del partido -como les decía al inicio, son las mismas personas pero cambiadas- la cuestión nacional tomó delantera sobre la cuestión económica. 

Gorbachov, después de haber aplicado las reformas políticas, quiso aplicar el llamado Tratado de la Unión, es decir, dar a las diferentes nacionalidades más libertad. Solamente que, en general, a las nacionalidades no les gusta que les den más libertad, prefieren tomar su libertad; y el resultado de este Tratado de la Unión provocaba problemas: si las repúblicas se convertían en autónomas, más autónomas, los dirigentes de la industria automotriz, del gas, del petróleo, es decir, todos esos miembros del Partido Comunista que debían convertirse en los grandes patrones de la economía privatizada, liberalizada, ya no podrían ser los patrones de la industria automotriz, porque si bien los motores se construían en Moscú las carrocerías las producía Kazaistán; el petróleo estaba en lo esencial en Turkmenistán o en otra parte; en otras palabras, para impedir este Tratado de la Unión, y privar a la reforma económica de su naturaleza, organizaron el golpe; observen que el golpe tuvo lugar el propio día del Tratado de la Unión, para impedir su firma. 

Yelsin habría terminado así con este aspecto de las cosas y a partir de aquí jugará un papel cada vez más importante porque, en primer lugar, aparecía como el anti-Gorbachov y sobre todo lo criticó públicamente. En la tradición de la historia soviética no se criticaba públicamente a Chernienko, ni a Andropov, ni a Stalin por supuesto, y Yelsin criticó a Gorbachov; le dijo que sus reformas no caminaban, que era necesario ir más allá, tener más coraje, suprimir el monopolio del Partido Comunista, etc., y su crítica fue pública. 

En segundo lugar, en el momento de las elecciones, Yelsin se presentó como candidato a presidente de la República de Rusia -no de la Unión Soviética- en tanto que Gorbachov no se presentó en estas elecciones porque era el jefe de todo el aparato soviético; no iba a arriesgarse en las elecciones y además ya era un poco impopular. Yelsin fue electo Presidente de Rusia, es decir, primer presidente democrático en el seno del sistema soviético. Y enseguida hizo algo único en la historia: decidió sacar a Rusia de la Unión Soviética, proclamó la soberanía de Rusia en relación con la Rusia soviética. 

Reflexionen sobre lo que esto quiere decir: es corno si el gobierno de Londres, si los ingleses, hubieran decidido salirse del Commonwelth, como si De Gaulle hubiera dicho, Francia va a salirse de la Unión Francesa. Es algo increíble, no se ha evaluado aún la importancia de este gesto. En el momento en que Rusia salió de la Unión Soviética, Ucrania también lo hizo y luego Kazajstán y luego Turkmenistán, y todo el mundo se salió. ¿Por qué Yelsin hizo esto.> Porque el presidente de toda la estructura soviética era Gorbachov, y ahora Gorbachov era el presidente de una estructura vacía. En realidad, fue por expulsar a Gorbachov que Yelsin actuó as¡. Pero más allá de este propósito expreso, Yelsin logró, sin pretenderlo, una política fantástica, porque las nacionalidades estaban satisfechas de ser independientes sin haber hecho el menor esfuerzo para ello. 

Y no habían hecho ningún esfuerzo porque las repúblicas eran ya autónomas; el proceso de plebeyización del er les había permitido gobernarse a sí mismas, lo que explica que no conozcamos movimientos independentistas o de liberación en estas repúblicas. El gobierno de Armenia era armenio, el de Ucrania, ucraniano y así en Turkestán y por todo lado, es decir, las repúblicas musulmanas, la repúblicas en general, eran gobernadas por ellas mismas. 

No eran independientes en el sentido internacional y jurídico del término, no tenían un ejército, una bandera propia, no tenían los atributos ficticios de una soberana decorativa pero en la realidad, los armenios hacían lo que querían en Armenia, y los azeríes, y los azerbaidzhanos. La prueba es que, después del golpe, los azeríes pudieron fusilar a los armenios, tranquilos. ¿No es esto signo de libertad.? ¿No tiene que ser realmente libre un turco para matar a los armenios? Es la prueba de que hacían lo que querían. Gorbachov les telefoneó y les dijo: mataron a los armenios con golpes bajos, ¿cómo es posible? voy a enviar al ejército. ¿Y qué le respondió el secretario? El ejército, señor secretario general, es azerí; entonces enviaré la policía. También es azerí. ¿Ud. cree que los azeríes van a 


dispararle a los azeríes para proteger a los armenios? En Turkmenistán la policía era turkmena y el soviet turkmeno; solamente en Kazajstán habla mitad y mitad, un 50% ruso. 

Aunque estas repúblicas ya eran prácticamente autónomas no podían rechazar la independencia. Los gobernantes no podían decir que no querían ser independientes, aunque no quisieran serio totalmente porque, por un lado, de cierta forma ya se gobernaban ellos mismos y, por otro, disfrutaban de los créditos de Moscú. Moscú produce dinero, la independencia no. Un día unos martiniqueses me dijeron, hace diez años: ¿Cómo podríamos ser independientes y mantener los subsidios sociales de París? Esta es la situación de las repúblicas soviéticas; eran prácticamente autónomas y recibían los subsidios de Moscú. 

Y esto es lo que les explica que desde hace seis meses, un año, las fisuras -las cisuras del sismo, como les decía al inicio- se vuelven a cerrar. Veamos algunos ejemplos: en Turkmenia, hace 15 días, se otorgó la doble nacionalidad turkmeno-rusa, ahora se puede tener las dos juntas; y han firmado un tratado con Kazajstán. Antier el presidente de Kazajstán propuso recrear una unión, no la Unión Soviética, sino una unión de las repúblicas que fueron soviéticas; solo está buscando un nombre y dice: miren a Europa, es una unión de repúblicas independientes; podríamos reunir a Rusia, a... ¿Cuáles? No a la CEI (Comunidad de Estados Independientes), pues ésta era una alianza entre Rusia, Ucrania y algunas otras repúblicas, cuyo inicio enfrentó resistencias que no duraron: Ucrania dijo, no quiero entrar y luego entró; con Armenia pasó igual y también con Georgia. 

Poco poco, como les decía, los fisuras del sismo se vuelven a cerrar y la Unión Soviética, la ex, se reconstituye un poquito diferente que antes; el resultado es que Yelsin ahora dice: "ya es suficiente niños míos, será necesario obedecer", aunque no se atreve a decirlo demasiado fuerte porque para Occidente él encarna la democracia, el cambio, el radicalismo. Por eso no es Yelsin el que lo dice, es Jirinovsky, quien ya ha expresado que participaría gustoso en el gobierno de Yelsin. Yelsin no lo ha aceptado, aún, pero veremos mañana. 

Por el contrario, Gaidar, que encarnaba el radicalismo liberal, expresó que si Jirinovsky llegaba al gobierno él se salía. Y les enfatizó que Galdar ya ha salido. En otras palabras, entre Jirinovsky y Yelsin, pese a las apariencias, hay menos diferencias de las que Uds. piensan y es por esto, justamente, que las repúblicas se dicen: cuidado, una segunda colonización podría comenzar. Muchas gracias. 




[1] Conferencia ofrecida en la Universidad de Costa Rica el 11 de mayo de 1994. Traducción de Isabel Wing-ChingS. 


[2] Historiador francés, miembro de la Comisión de Historia del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), coeditor de Les Annales, Director del Centro de Estudios Soviéticos de la Escuela Superior de Ciencias Sociales,Francia. 


Friday, June 25, 2010

LA UTOPIA LATINOAMERICANA


Publicado en revista UNIDOS, Nº 9, Buenos Aires, abril de 1986

Hugo Chumbita
            No es casual que Tomás Moro situara a la república de Utopía como parte de aquel Nuevo Mundo que en 1516 comenzaba a dibujarse brumosamente para los europeos, ni que su descripción la pusiera en boca de un navegante portugués, compañero de viajes de Américo Vespucio. Utopía era la fascinación de América, una descripción idealizada de sus culturas originarias, un modelo que debía servir para la reforma social de Europa. Es indudable que fue inspirada por los relatos maravillosos de los descubridores, a través de los cuales llegaban noticias de las civilizaciones incaica y mesoamericana.

            No es casual que ese libro, inspirado por el primer contacto euro-americano, sirviera a la idea de las misiones, el esfuerzo más trascendente para armonizar la cultura de los conquistadores y los conquistados en una síntesis creadora: Juan de Zumárraga, primer obispo de México en 1527, llevó allí ese texto, que influyó en los asentamientos precursores de los franciscanos, extendidos y perfeccionados luego por los jesuitas.

            Ni es casual que Tomás Moro, testigo y crítico de su tiempo, muriera decapitado en la Inglaterra de Enrique VIII; aunque ésa es otra historia. En Europa, su Utopía precedió a otras, las de Sidney, Campanella, Bacon. Sugirió doctrinas y empresas filantrópicas como las de Saint-Simon, Fourier, Owen. Nutrió una corriente de ideas humanistas y socialistas, que entroncaba con los orígenes del cristianismo y contradecía el espíritu implacablemente mercantil del capitalismo.

Paradójicamente, quien la descalificó en nombre de la ciencia del siglo XIX fue Federico Engels, con su célebre ensayo que oponía al socialismo utópico nada menos que el socialismo científico. Digo nada menos, pues esa teoría estaba destinada a convertirse en otra forma de utopía, una de las más significativas que han conmovido al mundo contemporáneo.

Porque ¿qué es al fin y al cabo la utopía? "Plan, doctrina o sistema halagüeño, pero irrealizable" define la Real Academia: acepción usual, que indica hasta qué punto prevaleció el escepticismo del statu quo. Sin embargo, la utopía ha movido las ruedas de la historia, ha contribuido a cambiar el mundo. En ese sentido fue eficaz la de Tomás Moro. Ernst Bloch reivindicó el valor profético, crítico y movilizador de estos mensajes. Hay muchos ejemplos de utopismo que han prosperado, desde el sionismo de raíz bíblica, hasta otra gran ilusión contemporánea, la democracia liberal diseñada por Rousseau y Montesquieu. ¿Quién duda que en alguna medida se han hecho realidad?

Pero aún por sobre la cuestión de su realizabilidad, hoy es valor corriente de especulación que la imaginación utópica −la utopía encarnada más que escrita− ha sido y sigue siendo necesaria en todo emprendimiento humano fundamental.

Desde que se planteó el problema de la causalidad histórica, ha habido varias maneras de interpretarla. Desde una filosofía idealista y voluntarista, la realidad es como los hombres quieren que sea (o como creen que debe ser). En otro polo, diversas doctrinas han sostenido una determinación superior, de la que los hombres solo podrían ser instrumento (llámense providencialismo, determinismo natural, economismo, etc.). Para el sentido histórico actual −que se podría llamar posmarxista, en la medida que incluye la crítica interna y externa al marxismo− el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas sociales presenta un marco de opciones (una relativa determinación o una libertad relativa, es lo mismo), dentro del cual las tensiones se pueden resolver produciendo una u otra forma alternativa de organización social, explotando de uno u otro modo las condiciones dadas y abriendo hacia el futuro nuevos marcos de posibilidad.

Esto que hoy parece claro, ha sido el fruto de una lenta elaboración. De un arraigado providencialismo se pasó a las explicaciones idealistas, con el optimismo renacentista y protoburgués. La construcción teórica de Marx y Engels sentó las bases metodológicas para el desarrollo de las ciencias sociales, pero también suscitó cierta interpretación mecanicista del transcurso histórico: una característica de la utopía revolucionaria del marxismo, tributaria del milenarismo, es la certeza "científica" de un porvenir socialista inexorable (asunto hoy en revisión por los pensadores más lúcidos de esta teoría); aunque la función movilizadora, el llamado voluntarista, ha sido su contenido predominante.

Volviendo a nuestro sentido común histórico, parece evidente que los pueblos no pueden organizar la sociedad a su antojo, pero tampoco son mero objeto de un proceso inasible. Dentro de los límites de un estadio de evolución, tienen cierta soberanía para plantearse objetivos, alcanzables en la medida del éxito de una lucha conciente. Los lindes no están a la vista, nunca con la suficiente claridad, por la complejidad de la sustancia social y del encadenamiento histórico. De allí la validez de la exigencia utópica, su justificación en otro plano distinto y contiguo al de la ciencia.

Demos ya por superada la incompatibilidad utopía-ciencia. Frente a los modelos de base real que manejan los estructuralistas, la utopía sería un modelo ideal, de base más abstracta, pero que inevitablemente contiene referentes a alguna realidad conocida. Esto, que era evidente ya en Moro, constituye un aspecto insoslayable de la mayor importancia: la atracción, la fuerza de la utopía se apoya en experiencias concretas, proyectadas o desplegadas a un nivel superior. Todas las doctrinas colectivistas han abrevado en la nostalgia de la comunidad primitiva, así como la ideología liberal se nutrió en la tradición de la aristocracia griega.

Antes de entrar al tema, conste pues mi adhesión a esta redefinición de la utopía como incitación,  doctrina de lo tracendente, desafío y proyección, apelación a ejercer nuestra libertad y ensanchar sus límites.

El nuevo mundo

Repasando las grandes líneas de la evolución histórica del Nuevo Mundo −este conglomerado único y plural a la vez− es importante observar cómo adquiere sentido a partir de la gestación de sus propios planes utópicos.

La mayor parte del territorio fue conquistado y colonizado por los imperios español y portugués, en una hazaña devastadora que dejó huellas indelebles. Fue un genocidio moralmente injustificable. Aquella conquista destruyó todo lo que se le oponía y cometió crímenes tremendos, como toda conquista. La colonización fue depredatoria, y estaba condenada a agotarse y fracasar, como todo colonialismo. Pero hay que valorar una resultante fundamental: la comunicación, la unidad del continente.

La América prehispánica poseía algunos rasgos comunes, atribuibles a su insularidad y a ciertos contactos originarios aún poco claros, pero los pueblos principales estaban incomunicados por enormes distancias y por más de cien familias lingüísticas independientes. Los niveles de evolución comprendían desde las grandes civilizaciones andinas, y otras sociedades agricultoras menores, hasta las comunidades cazadoras nómades. La historia de aquellos admirables estados urbanos está aún por escribirse, pero es claro que existían tendencias integradoras a partir de la expansión de los últimos imperios inca y azteca. La conquista española interrumpió ese curso e impuso otra forma de unificación, drástica y eficaz, a un precio incalculable, demasiado alto.

Los datos demográficos son reveladores. Los estudios más difundidos subestimaban la población aborigen, basándose en que a principios del siglo XIX solo quedaban en Iberoamérica unos 8 millones de indígenas. A partir de investigaciones recientes de Cook y Borah sobre México Central, los cálculos proyectivos ascienden a entre 50 y 75 millones para todo el continente. Tres siglos después, toda la población iberoamericana, blancos, negros, mestizos e indios, apenas rondaba los 20 millones. Si la catástrofe demográfica del siglo XVI obedeció en gran parte a causas biológicas imprevisibles, es inexcusable de todos modos la brutalidad de la conquista y la escasa capacidad de crecimiento de la sociedad colonial, pese a la constante introducción de millones de esclavos africanos.

El imperio hispánico impuso una superestructura estatal centralizada, una religión y una lengua común, y trajo una emigración europea como casta dominante. Por debajo de estos factores prevalecientes, se conformó una sociedad racial y culturalmente mestiza, con gran variedad de matices regionales, pero de cierta homogeneidad sustancial. Esto vale también para el área portuguesa, habida cuenta de las raíces comunes −que llevaron inclusive a la fusión de ambos imperios entre 1580 y 1640−, ya que el país lusitano, como nos recordaba Hernández Arregui, es tan heredero de la Hispania romana como el resto de la península.

La evaluación de la empresa hispánica en América sigue siendo polémica. Dejando atrás las falacias de las leyendas negra o rosa, los intentos para definirla según categorías históricas más rigurosas condujeron a una sugerente controversia. La colonización se produjo coincidentemente con la transición europea al capitalismo, obrando a la vez como efecto y causa. En las discusiones sobre el modo de producción en las colonias, se han expuesto argumentos para calificarlo alternativamente como feudal, capitalista, esclavista, o como un sistema sui géneris: es que en América hubo esclavismo, servidumbre, asalariado libre, y además combinaciones y formas originales de organización del trabajo, que pueden inducir la idea de varios modos de producción coexistentes. ¿Cuál sería el predominante? ¿Cuál el carácter del Estado así configurado? La polémica puede tonarse bizantina si no se asigna la importancia debida al dualismo colonial, en el cual, por sobre la “heterodoxia” de las fuentes productivas, el rasgo clave es la existencia de las estructuras de subordinación al Estado y la economía metropolitana. La caracterización del sistema es particularmente ardua por la diversidad de las regiones y pueblos conquistados que lo condicionaron, y por el ritmo del proceso de transformación que sufrió, el cual tenía un centro complejo en Europa. Era el alba del capitalismo, de la civilización internacional, pero España y Portugal, avanzada inicial de la expansión europea, fueron quedando rezagadas como intermediación cada vez más parasitaria en la ecuación colonial.

Los siglos de la colonia fueron el tránsito más costoso que pueda concebirse, desde las civilizaciones arcaicas a un incipiente estadio capitalista, íntimamente ligado y subordinado al surgimiento en Europa del centro industrial del mundo. Si América del Norte lograría llegar a ocupar un papel de preeminencia en el sistema industrial, Hispanoamérica habría de quedar pronto sometida a un estatuto neocolonial, que renovó su condición tributa del progreso capitalista.

Examinar las causas de tal frustración conduce a otra indagación esclarecedora, que está muy lejos de haber concluido.

¿Cuál fue la ventaja de las trece pequeñas colonias del norte, respecto al imponente conjunto hispanoamericano, en su despegue al desarrollo? Análisis metódicos revelan factores clave en la organización económica y social, la situación geográfica e histórica y la relación con Europa, que pueden explicar los rumbos divergentes. Hay asimismo un factor político esencial que implica y resume todos los demás: el éxito de la lucha por la independencia y la unidad, el logro colectivo de constituir una nación, a partir del "gran sueño americano" (que desdichadamente los Estados Unidos cumplirían a costa del resto).

La América hispánica poseía también una vocación nacional y combatió empecinadamente para realizarla, pero su revolución de la independencia quedó a mitad de camino, fue desvirtuada.

La revolución trunca

Los centros principales del poder español habían sido México y Perú, o sea los mismos de las civilizaciones precolombinas, sobre las cuales se asentó la conquista. En cambio, la revolución se propagó principalmente desde dos áreas periféricas, el Río de la Plata y Venezuela, donde existían mayores vinculaciones comerciales y comunicación con Inglaterra, y los núcleos virreynales de Lima y México fueron los últimos en ceder. No era una casualidad. La independencia hispanoamericana era parte del fenómeno de la revolución burguesa mundial, que tenía su riñón industrial en Inglaterra.

El proyecto original de la emancipación, la utopía de los libertadores, tuvo, sin embargo, un inequívoco sentido nacionalista, americanista: los patriotas querían imitar el ejemplo de la burguesía europea, no someterse a sus dictados; tal era el precedente norteamericano.

La revolución sudamericana era una misma causa, de alcance continental, y su realización forzosamente interdependiente. El movimiento del Plata se proyectó inmediatamente al Paraguay y el Alto Perú, San Martín se empeñó en la liberación de Chile, y ésta hizo posible marchar sobre Lima. El objetivo de la campaña sanmartiniana, tal como surge de los papeles de Tomás Guido y de la declaración de la independencia por el Congreso de Tucumán, eran "las Provincias Unidas de Sud América". Bolívar lanzó su expedición con el apoyo de la república negra de Haití, conquistó Nueva Granada para ocupar Venezuela, y fundó la unión de la Gran Colombia aún antes de ganar a Quito; desde Lima envió a Sucre a liberar el Alto Perú. Asumiendo el liderazgo que le cedió San Martín, el venezolano proclamó y persiguió infatigablemente la unión continental: "la América reunida", "una nación de repúblicas". Centroamérica, emancipada junto con México, realizó su inicial federación conducida por Morazán.

El Congreso de Panamá, en 1826, debía concretar las bases del sueño bolivariano. El triunfo contra los opresores coloniales no podría consolidarse ni fructificar sin unidad orgánica de los países emancipados: "es tiempo ya de que los intereses y relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos". El Congreso reunió a Colombia, Perú, México y Centroamérica, pero Brasil, Argentina y Chile fueron reticentes a la iniciativa. Esta no prosperó, a pesar de haberse firmado aquel admirable, utópico Tratado de Unión, Liga y Confederación perpetua entre las repúblicas asistentes. Habían comenzado a prevalecer las fuerzas centrífugas, alentadas objetivamente por el neocolonialismo, y en varias ocasiones muy directamente por la diplomacia británica.

Era el síntoma de la frustración de la causa emancipadora, ya que si la unión era una condición para la independencia, la desunión era el requisito básico del coloniaje. Mientras los Estados Unidos del norte, tras adquirir Luisiana y Florida, se expandían al oeste y llegaban a anexar medio México, Hispanoamérica se hacía pedazos: en el Plata se consumaba la escisión de la Banda Oriental, Paraguay y Bolivia, la Gran Colombia se desmembraba, igual que los países centroamericanos ya desgajados de México, y se desataban terribles guerras civiles en el interior de los nuevos estados.

El conflicto que desgarró interiormente la revolución fue presentado por Sarmiento, el más brillante expositor del liberalismo europeísta, como el antagonismo de la civilización contra la barbarie. Este esquema, ya refutado en su tiempo por Alberdi, prosperó en la historiografía oficial y fue desafortunadamente actualizado desde cierta óptica marxista como pugna entre capitalismo y feudalismo. Oponiendo una oscura reacción feudal al progreso que impulsaría el capital europeo, se escamoteaba la alternativa que representaron los proyectos capitalistas autónomos, bien diferenciados por cierto de la mera reacción y de los planes neocoloniales.

En algunos de los nuevos estados, el libre comercio con Europa acarreaba graves perjuicios a las industrias tradicionales, que no podían competir con la importación, generándose violentas contradicciones regionales. Por otra parte, las huestes movilizadas en las guerras de la independencia exigieron el cumplimiento de las utópicas promesas de la revolución: la emancipación social de las castas sumergidas, la distribución de la tierra, la democratización del poder. La existencia de grandes sectores de población explotados miserablemente o marginados, dificultaba cualquier forma de reorganización económica. Los enfrentamientos en el seno de las clases dirigentes criollas se proyectaron en la lucha de conservadores y liberales, federales y centralistas, incorporando a uno u otro bando las reivindicaciones de las masas campesinas. Las tentativas para promover un desarrollo capitalista independiente tropezaban con una base productiva insuficiente, restringidos mercados internos, y condiciones técnicas y políticas poco propicias. Como había predicho Bolívar, estos países, fragmentados, no tenían “ni la población ni los medios” para lograrlo.

No obstante, los pueblos americanos lucharon en todas partes tratando de realizar el proyecto de la emancipación. El Paraguay hizo una original experiencia de organización económica y social proteccionista, dirigido por los regímenes patriarcales del Dr. Francia y los López. Rosas logró equilibrar en la Confederación Argentina una próspera economía exportadora con el amparo a las industrias locales. En México, Juárez encabezó un proceso centrado en la reforma agraria, para impulsar la modernización y el progreso social. Pero estos avances se lograron en medio de una pugna frontal con los intereses colonialistas europeos, que instrumentaron todos los medios, incluso la invasión militar, para desarticular las defensas y conquistar esos mercados.

Los americanos del norte culminaron su revolución nacional con una guerra, imponiendo la Unión a los estados secesionistas: era el triunfo del proteccionismo industrial sobre los intereses del librecambio esclavista y algodonero, dependiente del mercado textil inglés. En una asimetría más trágica que irónica, los estados desunidos de Sudamérica consumaron su fracaso con otra guerra casi simultánea, aniquilando al Paraguay independiente con los ejércitos brasileros de esclavos, para imponer el libre comercio con Gran Bretaña. Ante ésta y otras agresiones de la década de 1860 contra México, Chile y Perú, se realizó el último intento de resistencia continental −un congreso frustrado, la rebelión de Felipe Várela con apoyos en Chile y Bolivia− bajo la utópica bandera de "la Unión Americana".

Dependencia e industria

El apogeo del capitalismo en Europa, la era del imperialismo, constituyó, durante medio siglo, la edad de oro de las oligarquías latinoamericanas. Impuesta a sangre y fuego la incorporación del continente al nuevo orden mundial, como periferia proveedora de productos agrarios y mineros y mercado importador de manufacturas y capitales, se estabilizaron en el poder las aristocracias "liberales" y las repúblicas fraudulentas, en un remedo autoritario del parlamentarismo europeo. Ejemplos sobresalientes fueron el porfiriato mexicano y el roquismo en Argentina. En el Brasil, donde no hubo revolución, sino una independencia formal consentida por la metrópoli −que ya había negociado su asociación con el imperio británico−, tampoco hubo por tanto participación popular ni guerra civil, y las formas republicanas se adoptaron más tardíamente, con el mismo falseamiento de contenido.

Las grandes migraciones europeas proporcionaron mano de obra y formaron nuevas capas sociales intermedias, desconectadas de la experiencia histórica anterior. Las sociedades sudamericanas se complejizaron, en un segundo gran mestizaje racial y cultural. Las luchas sociales y políticas del siglo XX tuvieron en consecuencia otra fisonomía, con mayor protagonismo de las clases medias.

            La crisis del capitalismo internacional, que se manifestó con las guerras mundiales y la gran depresión de los años treinta, marcó la siguiente etapa. Fracturado el esquema de librecambio y las posibilidades de crecimiento de las economías dependientes de la exportación, Latinoamérica tuvo una nueva oportunidad de sacudirse la tutela imperialista. Fue la época de consolidación y profundización de la revolución mexicana, de los progresos del radicalismo y el peronismo en Argentina, del nacionalismo varguista en Brasil, del frentismo popular en Chile. Las frustraciones del aprismo peruano y el liberalismo radical de Gaitán en Colombia, reflejaron la debilidad estructural de estos países para construir una alternativa al coloniaje. Pero en los estados donde el ciclo exportador había diversificado en mayor medida la producción, se aceleró un proceso de industrialización, que conllevaba transformaciones irreversibles. Los nuevos actores sociales fueron el empresariado, emergente de las capas medias inmigratorias, y la nueva clase obrera, proveniente en gran parte de migraciones interiores, contando con el respaldo o mediación de sectores militares nacionalistas. Estos movimientos cuestionaron el poder oligárquico y propulsaron un desarrollo industrial afirmado en la expansión del mercado interno, induciendo una significativa redistribución de ingresos.

     Esa industrialización tardía comenzaba por la producción liviana, sustituyendo importaciones. Mantenía pues una tecnología subordinada, y dependía de la renovación de equipos importados. Era necesario construir industrias básicas y obtener fuentes propias de insumos estratégicos. Pero ello difícilmente podía hacerlo un país aislado, sin los recursos suficientes, y sobre todo sin un mercado interno que justificara las inversiones. La conciencia de estas limitaciones llevó al gobierno argentino, en los años ‘50, a un ambicioso plan de "Pactos de complementación económica" con los países vecinos. Se replanteó la idea del ABC, el triangulo Argentina-Brasil-Chile, que tenía antecedentes diplomáticos de principios del siglo, verdadera llave maestra para la unión continental, ya que representa la mitad de la economía y población de América Latina. Pero fue brutalmente abortado por los intereses norteamericanos y las oligarquías de la región, que lo acusaron de imperialista, fascista y pretextos semejantes. Era, sin embargo −sigue siendo−, la única vía para completar un desarrollo industrial autocentrado en Sudamérica. Era un plan utópico.

            La crisis mundial interimperialista se había resuelto con la hegemonía de Estados Unidos, que a partir de la segunda posguerra se impuso en toda la región. Los gobiernos nacionalistas fueron derrocados o cedieron a esa presión avasalladora durante la década de 1950, y las viejas oligarquías y algunos grupos industriales se adaptaron a nuevas formas de integración con el imperio. Las multinacionales adquirieron industrias existentes y establecieron filiales en posiciones dominantes o de interés estratégico. La desnacionalización del sector industrial fue agudizando la dependencia global, aumentando el drenaje de recursos al exterior y bloqueando una planificación integral del desarrollo. De tal modo se desvirtuaron o desaprovecharon en gran medida las perspectivas abiertas por la Asociación Latinoamericana de Libre Comecio (ALALC) reformulada como sistema de integración.

            En los países más industrializados del cono sur, la ofensiva imperialista provocó reacciones profundas. En el marco de la efervescencia popular de este período, el modelo de la Revolución Cubana suscitó otra utopía, cifrada en un método: la guerra de guerrillas a escala continental. Por otro lado, los movimientos populares surgidos en la etapa anterior −el trabalhismo, el justicialismo, el frente popular chileno− volvieron a ocupar el gobierno, y fueron sistemáticamente desplazados por dictaduras militares reaccionarias. El terrorismo de Estado que instauraron, bajo pretexto de combatir la subversión revolucionaria, pretendía reintegrar estos países a una dependencia funcional para el capitalismo multinacional, que la depresión mundial fue haciendo cada vez más gravosa. Pese a todo, Brasil logró definir un proceso de crecimiento industrial, contrastante con el retroceso relativo de los demás países de la región.

            Excepcionalmente, México preservó la estabilidad de su régimen político y avanzó en la diversificación de su estructura productiva, aunque sin superar los problemas sociales. Por su parte, otros países más rezagados en la industrialización comenzaron a acelerar la marcha. El petróleo significó para Venezuela, Colombia, Ecuador, una oportunidad de desarrollo sustentado por el sector exportador. Con el Pacto Andino −suscripto además por Perú y Bolivia− iniciaron la coordinación de un espacio económico con un modelo político democrático. Otra iniciativa integradora, el Mercado Común Centroamericano, alentó cierta modernización industrial que fue el precedente de su eclosión revolucionaria.

         En el sur, los grandes proyectos hidroeléctricos de la Cuenca del Plata, que interesan a Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, también han puesto de manifiesto la necesidad de un plan concertado para aprovechar los inmensos recursos que pueden transformar la región.

      Paradójicamente, quienes más avanzaron en la integración fueron las agencias de la represión y el golpismo militar, constituyendo una red intercontinental contra los progresos de los movimientos populares. Sin embargo, hoy la democracia resurge entre las ruinas de esa experiencia anti-histórica, y una de sus lecciones más trascendentes es el imperativo de la solidaridad entre los gobiernos de origen popular.

         El problema más grave que hoy acosa a los países latinoamericanos, la deuda externa, es otra secuela desdichada de la dependencia: ante la crisis mundial del petróleo y la necesidad de colocar cuantiosos recursos financieros, la banca internacional volcó sus caudales durante varios años en nuestro continente, que fueron succionados desordenadamente por los intereses dominantes. A cambio de esa efímera y desigual prosperidad, queda ahora una hipoteca ilevantable con la que se pretende extorsionar nuestro porvenir.

    ¿Cuál es la salida? Todo indica que estamos iniciando otra etapa, cuyo rumbo no divisamos. Pero podemos darle un sentido, y para ello hace falta renovar la imaginación utópica y la energía social capaz de impulsar las palancas de la historia.

La conciencia latinoamericana

   Latinoamérica, país por país, presenta un cúmulo decepcionante de frustraciones. Pueden resumirse en una: la falta de realización nacional. Prevalece aún la “extraversión” hacia otros mercados, otras fuentes de inspiración ideológica y de impulso económico. Es el estigma colonial de nuestras sociedades mal integradas. Es el círculo vicioso en que la dependencia estructural agrava y exaspera la explotación; la oposición entre las minorías dominantes y los grandes sectores postergados genera reacciones explosivas, nuestra característica “inseguridad”, y realimenta formas brutales de autoritarismo.

Es algo más hondo que las contradicciones propias del capitalismo. Se trata del “mal constitucional” que aún arrastramos. Que se traduce en la subsistencia de viejas y nuevas oligarquías predatorias, y en la mentalidad insolidaria que propagan a la sociedad en conjunto. Elites que tradicionalmente han despreciado y temido a los pueblos de los que se aprovechan, sirven por encima de todo al objetivo de mantener a nuestros países en la órbita del sistema capitalista occidental; ésta ha sido su única doctrina esencial, porque tal sistema es la base y justificación de su supervivencia.

        En tales condiciones, el Estado y la institucionalidad republicana están siempre expuestos, en riesgo de perder contenido. El Estado democrático requiere −lo sabemos desde Rousseau− el contrato social. Sin este consenso básico, explícito o virtual, de las clases e intereses que conforman una nación, no hay reglas de juego político valederas ni duraderas.

    El lastre que pesa sobre los países de América Latina radica en la falta de una clase dirigente nacional, no en la apariencia de los símbolos sino en la realidad tangible de su proyecto. En tales condiciones, los grandes liderazgos políticos afrontaron aquella insuficiencia apelando a vertebrar la voluntad nacional a partir de la movilización de los pueblos. De allí el nacionalismo popular que ha caracterizado el dinamismo de la historia política latinoamericana.
      
     Una conciencia crítica de esta realidad se ha ido abriendo camino a la par del avance de los movimientos populares, entre la maraña ideológica configurada por el coloniaje: la metáfora borgeana del “europeo exilado”, viviendo un patético destierro intelectual de la patria verdadera; la trampa de nuestra identificación como “aliados”, fatalmente uncidos al carro de otros que hacen la historia por nosotros, meras sombras platónicas de un mundo ajeno. Claro que la búsqueda de nuestra identidad no es tarea sencilla, que pueda reducirse a constatar dudosas filiaciones. Las respuestas se proyectan inevitablemente, más que a un patrimonio a defender, a un proyecto por realizar: el itinerario de la “patria niña” de que hablaba Marechal. Por eso, cada paso de avance político de los pueblos ha sido un paso adelante en el reconocimiento de nosotros mismos. Por eso el problema de nuestra entidad esencial está forzosamente ligado a la lucha social.

En este fin de la adolescencia de nuestros países, comienza a existir un pensamiento propio latinoamericano. Hemos ido descubriendo el rostro auténtico de la nación en su integridad continental y mestiza, una y múltiple, enraizada en el legado europeo pero también en el encuentro con las civilizaciones primigenias. Uno de los aportes liminares fue la revisión histórica y el rescate de las culturas originales, donde los peruanos Mariátegui y Haya de la Torre apoyaron sus vigorosas apelaciones políticas latinoamericanistas, y que desde entonces ha ido afirmando un movimiento de reivindicación de las etnias sobrevivientes (y no obstante, a ellos, como a todos quienes moramos en estos países, nos constituye en definitiva el carácter mestizo de nuestra cultura de encrucijadas).

Faltan aún estudios sistemáticos que enlacen la historia y la problemática común del continente, como hemos intentado esbozar en los párrafos precedentes. Existen sin embargo ensayos precursores de Carlos Pereyra, Sergio Bagú, J. Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós, Eduardo Galeano. Otra contribución  proviene de la corriente estructuralista que ha profundizado los planteos de la CEPAL, criticando las teorías del desarrollo y analizando en perspectiva histórica las causas y alcances de nuestra dependencia; en esta dirección sobresalen los trabajos de Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Pedro Paz, F. H. Cardoso. La revisión se ha extendido a otros enfoques de las ciencias sociales, y ha producido resultados estimulantes con las obras de Darcy Ribeiro, José María Arguedas, Paulo Freire, Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch.

            Estos elementos de racionalización de la conciencia latinoamericana vienen a fundamentar las intuiciones y vivencias de la patria grande, anticipadas ayer por Rubén Darío, Rodó, Vasconcelos, Ugarte. Hoy, vigorizadas sobre todo por el auge de una literatura excepcional que ha recreado y universalizado el lenguaje, el carácter, el espíritu de nuestra realidad, en la novelística que, entre otros, representan Asturias, Carpentier, Gallegos, Amado, García Márquez, Cortázar, Fuentes, Roa Bastos, Onetti. Otra contribución doctrinaria y práctica a esa concientización proviene recientemente del seno de la Iglesia, en el intento de asumir su dimensión latinoamericana. Y también la dialéctica política se ha renovado contemplando la dimensión continental en que se inserta el destino de cada país. Los líderes populares no han dejado de hacerse cargo de ese imperativo, que Perón sintetizó en un vaticinio: "el año 2.000 nos encontrará unidos o dominados". La guerra de las Malvinas enterró el camino de la irresponsabilidad belicista, pero abrió para aquella causa otras vías de entendimiento y solidaridad, porque allí se refleja por sobre todo un problema crucial: la recuperación del cuerpo territorial de nuestra América.

            Darcy Ribeiro, en la búsqueda de un marco para su indagación sobre la formación social latinoamericana, diseñó un esquema evolutivo de la humanidad que señala el paso de la tribu a los estados urbanos, y de éstos a las civilizaciones regionales y universales; su descripción de las grandes áreas socioculturales −mesoamérica, las regiones andinas y grancolombiana, el cono sur atlántico− indica los componentes que deben articularse para la integración continental.

La compleja civilización mundial de nuestros días requiere la organización del espacio y las relaciones internacionales. Las superpotencias norteamericana y soviética fueron las resultantes de un proceso de asimilación territorial. El mismo camino intentan ahora, por otros medios, las naciones de Europa occidental, y es un objetivo explícito en otros espacios regionales como el de los pueblos islámicos o el continente africano. La comunidad de América latina es la más evidente, sin trabas culturales ni lingüísticas. Pero hay un enorme obstáculo: la dependencia.

Esa es la rémora que debe superar la unión latinoamericana. No se trata de una condición previa, sino de la misma lucha. No habrá unión sin superar la dependencia, ni habrá independencia sin unidad. Esto lo saben bien los estrategas de los intereses imperialistas, que se han empeñado sistemáticamente en disociarnos: los que en 1954 quebraron el proyecto de ABC, los que en 1962 promovieron el aislamiento de Cuba, los que desencadenaron en 1973 la ola golpista contra el cono sur, y hoy tratan de reprimir y dividir a Centroamérica. Seguramente pueden producirse −ya se han logrado− avances parciales en los dos sentidos, hacia la liberación y la integración. Pero no podrán consolidarse separadamente. La integración dependiente sólo sería un instrumento aduanero para las transnacionales. La liberación insular es inviable.

Latinoamérica sólo podrá crecer vuelta sobre sí misma. Inscriptos en el planteo de la unificación territorial, encontrarán su cauce de resolución los conflictos geopolíticos y limítrofes heredados de la época de la balcanización y las guerras fratricidas (desde las secuelas de la guerra del Pacífico hasta nuestro conflicto del Beagle). Se constituirá una comunidad económica dotada de todos los recursos naturales y humanos, un mercado potencial formidable, donde se podrán corregir y complementar las actuales disparidades del “subdesarrollo”. Se articulará así una vía de reencuentro fecundo con el otro hemisferio, y será posible, por fin, escapar al dilema entre el imperialismo capitalista y el satelismo soviético o cualquier otra opción dependiente.

La utopía latinoamericana, significado último de una historia común, es ante todo la exigencia de la liberación y unificación de la patria subyacente; una sola gran nación, como objetivo irrenunciable. Por lo tanto, la supresión de las fronteras, una sola ciudadanía, la integración económica y la planificación de una nueva fase de desarrollo, la intercomunicación social, la vertebración política de una federación continental, pero también mucho más que eso: la emergencia de una gran sociedad plural, un orden de dignidad, libertad y justicia para nuestras gentes secularmente postergadas, la afirmación de sus cauces de convivencia democrática, la refundación de una cultura, rescatando las raíces y proyectando sus aportes originales en el orden científico, tecnológico, artístico, la reivindicación del hombre y la mujer latinoamericanos, dueños de sí, de su tierra y su destino, en el trayecto de nuestro pasado traumático, subordinado y colonial, a un futuro desalienado, creador y universal.

            ¿Qué fuerzas, por qué vías, podrán llevar a cabo el gran proyecto latinoamericano? La revolución tecnológica y la crisis mundial están arrasando las estructuras sociales anteriores, cambiando rápidamente el marco de nuestros dilemas. Entre otros síntomas de tales cambios, uno de los más notables en el plano político es la generalización del rechazo por las "soluciones" autoritarias, de cualquier clase que sean. Nuestros pueblos han madurado para decidir, y exigen su natural protagonismo. Ya no son creíbles los atajos providenciales. América Latina parece por fin desilusionada de dictaduras militares, revolucionarias o burocráticas. Los medios de progreso político se encaminan más bien en un esfuerzo persistente para profundizar el ejercicio de las instituciones republicanas y el contenido social de la democracia. Hay que organizar la participación popular, concibiendo una remodelación del Estado y una auténtica democratización de las estructuras de gestión empresaria y comunal. El mundo gira a mayor velocidad y la vitalidad de los movimientos sociales, de los sindicatos, de la juventud, de las mujeres, continuara impulsando nuevas propuestas, a pesar del retraso y las limitaciones de partidos o grupos dirigentes. Sin duda habrá mayores sorpresas. Tenemos que prepararnos para lo inesperado.

            Hay un lugar, además, para los intelectuales, que tienen la oportunidad y la obligación de incitar la imaginación de un destino. Ello se corresponde con el creciente valor estratégico de la inteligencia en la producción, en la organización y la dirección de la sociedad de fines del siglo veinte. También la lucha política reclama hoy más de la inteligencia que de la fuerza o el heroísmo de otros tiempos. Tenemos que aplicarla a desplegar las reservas sociales en potencia, generando las tecnologías apropiadas. Es ineludible trazar un rumbo hacia otras formes de desarrollo, un salto de etapa para existir en el mundo posindustrial que se avizora. Será inútil resistir a las máquinas automatizadas: habrá que adueñarse de sus secretos, y ponerlas al servicio de todos.

            Pero nada de ello será posible sin rescatar una identidad, una conciencia, un orgullo de ser que sólo adquiere consistencia en el horizonte de la utopía latinoamericana. Esto es lo que debemos hacer cada vez más explícito, recreando la fe en ese sueño colectivo y trascendente. La revolución copernicana para centrar nuestra existencia comienza en nuestras cabezas. Pensándonos latinoamericanos adquirirá un norte cierto el camino de logros y fracasos en las diversas latitudes del continente, y un sentido renovado, pleno, la lucha, el trabajo, la vida que realizamos aquí. Ahora, como siempre, la utopía es posible y, más que nunca, necesaria.

Bibliografía
Tomás Moro, Utopía, 1516.
Ernst Bloch, El espíritu de la utopía, 1923.
Federico Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico (Anti-Dühring) ,1880.
S.F. Cook y W. Borah, Ensayos sobre historia de la población, 1977.
Juan J. Hernández Arregui, ¿Qué es ser nacional?, 1970.
Andre Gunder Frank, Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, 1970.
Domingo F. Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie, 1848.
Carlos Pereyra, Historia de América Española, 1926.
Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial, 1949.
Jorge A. Ramos, Historia de la nación latinoamericana, 1968.
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, 1971.
Celso Furtado, La economía latinoamericana, 1971.
Osvaldo Sunkel y Pedro Paz, El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, 1973.
Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, 1970.
José María Arguedas, Formación de una cultura nacional indoamericana, 1978.
Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, 1970.
José E. Rodó, Ariel, 1912.
Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización; El proceso civilizatorio, 1969.