Monday, May 31, 2010

Michel Foucault. El orden del discurso

Title El orden del discurso
Author Michel Foucault
Translated by Alberto Gonzalez Troyano
Publisher Tusquets Editores, 2004





TitleEl orden del discurso AuthorMichel Foucault Translated byAlberto Gonzalez Troyano PublisherTusquets Editores, 2004

Sunday, May 30, 2010

Civilización y barbarie. La eterna dicotomía.




El tema de civilización y barbarie atraviesa toda la historia cultural de América Latina y hunde sus raíces en la misma acción del descubrimiento de América: la acción civilizadora de los españoles con respecto a las poblaciones indígenas, que representaban la encarnación de la barbarie.

Sin embargo la formulación de la antinomia tiene su antecedente en la propia historia de Occidente, fijando sus raíces en la época clásica. En plena época helenística surge la construcción de dos figuras: el civilizado y el bárbaro. No obstante, el sentido de bárbarono tenía unas connotaciones despectivas, sólo de distinción. La cristiandad medieval reelaboró la visión del bárbaro legada por la antigüedad clásica, envolviéndola con los enunciados propios de la cultura medieval. En el siglo XVI, Europa o más específicamente españoles y portugueses emplean la figura del bárbaro como clave de interpretación sobre los indios de América, con lo que se inicia el proceso de barbarización del negro y posteriormente del indio. Pese a que el indio fue visto en
algunas ocasiones como el buen salvaje y otras como un ser presa de sus instintos, degradado y corrompido,  el hombre americano fue construido como la antítesis del hombre civilizado por excelencia, el hombre europeo.

Semejante polémica atraviesa la época colonial hasta desembocar en el período independiente. Las figuras del civilizado y del bárbaro alcanzaron en América Latina su formulación definitiva en la obra de Sarmiento. La antinomia expresaba por un lado, las aspiraciones de la clase burguesa argentina, y más ampliamente latinoamericana, en ascenso durante el siglo XIX ; por el otro, la prevalencia de las ideas ilustradas y positivistas que buscaban la consolidación de un status favorable a los intereses de la burguesía.

Bajo tal orientación los conceptos de civilización y barbarie nunca llegaron a ser criticados a fondo para constatar si respondían auténticamente a la problemática de la identidad y la cultura de Latinoamérica. Fueron aceptados como inevitable alternativa a ser resuelta por el camino de la elección de uno de ellos. Así, bajo estos cánones, el argentino Domingo Faustino Sarmiento escribe, desterrado en Chile, la serie de artículos publicados en 1845 en el diario El Progreso con el título de Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina. Concibe este libro como un esquema para comprender la inestable estructura cultural y política de la Argentina sometida a la dictadura de
Juan Manuel Rosas.

Partiendo de este objetivo inicial, establece un esquema sobre el cual se vertebra el total de la obra. Se trata de un doble sistema semántico tendiente por un lado, a la profundización y multiplicación de antagonismos: civilización / barbarie, ciudad / campo, unitarismo / federalismo, frac / poncho, europeos y estadounidenses / indios , teatros / pulperías...; y por el otro, a forzadas conexiones: el frac es civilización / el colorado es barbarie.

Sin embargo, hay sin duda un elemento que se impone a todos los otros como el verdadero generador de la barbarie en toda su extensión: la Naturaleza. Sarmiento reconoce el valor de la naturaleza americana como motivo de inspiración poética para el escritor nacional, expresándolo así: el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. Pero, a su vez, le atribuye a ésta el origen de todos los males de la Argentina y lo ejemplifica a través de la biografía del personaje paradigmático de Facundo Quiroga, quien resulta ser el producto engendrado por la Naturaleza y representa, al mismo tiempo, a Juan Manuel de Rosas. Partiendo de un ser originariamente sobresaliente, comparándolo en ocasiones con personaje de la talla del mismísimo César, Tamerlán o Mahoma, responsabiliza al medio, la Pampa argentina, de su conversión a un personaje caracterizado por la barbarie. Se trata del gaucho que desembocará posteriormente en la figura del cuadillo.  Se trata del mismísimo Rosas.

Según Sarmiento, el hombre tiene que adaptarse a la dura vida de la pampa, por lo que sufre una transformación tanto física como emocional. Sarmiento dice: en llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas las direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o vacío: esta es una ciencia casera y popular. Con esta cita, Sarmiento nos muestra que para sobrevivir, el hombre gaucho tiene que aprender de los animales, lo que indica una vuelta a la barbarie. El autor subraya que las inmensas distancias entre las comunidades de la pampa y las condiciones tan rurales y aisladas de la población contribuyen al fracaso del sistema político y educativo y, en efecto, a la barbarie inevitable de la gente. Esta dispersión se debe a la falta de todos los medios de la civilización y el progreso que no pueden desenvolverse sino a condición de que los hombres estén reunidos en sociedades numerosas.

De este modo, gracias a la concentración urbana el ser humano puede acceder a una educación común, popular, democrática y relacionarse con los otros hombres, formar su propias ideas y tomar decisiones políticas responsables como miembro de la civis. Para fomentar este tipo de individuo pensante había que educarlo en las modernas disciplinas del saber europeo: las ciencias, las humanidades, las artes, la literatura y la historia. Y así, crear la sociedad liberal que, en 1845, con el tirano Rosas en el poder no existía en Argentina. El proceso de civilización de la futura República Argentina requería a su vez de otro importantísimo factor: facilitar la immigración europea para así poblar la vacía geografía argentina. Sin embargo, este proceso implicaba la aniquilación del indio, al que calificaba de salvaje y, por tanto, como una amenaza de volver al estado bárbaro sino se eliminaba de la faz argentina.

El gaucho, de enorme peso histórico, sería socialmente superado por el progreso. Quedaría como un representante de la nación primitiva y bárbara. El argentino del futuro sería un individuo civilizado, urbano, educado y trabajador. Este sueño, en 1845, cuando escribió el Facundo parecía muy lejano. Pocos años después, él mismo y sus compañeros de generación lo llevarían a la práctica, participando activamente en la vida política. Entonces comprendería también que el paraíso liberal tenía sus limitaciones.

Llegados a este punto del informe uno se pregunta sobre la verdadera validez de la antinomia establecida por Domingo Faustino Sarmiento. Así que para la elaboración de una opinión propia con lo que respecta a mi y al
futuro o futuros lectores de mi informe he considerado oportuno dar un paso más allá. He decidido incluir una
visión contraria a la que sostiene Sarmiento sobre dicha dicotomía. Lo cierto es que la división de opiniones acerca de esta oposición dialéctica es muy amplia y compleja, así como lo es la geografía latinoamericana en toda su extensión. Pero hay una obra en que los conceptos que sustentan la civilización y la barbarie sarmientinas se invierten por completo. Esa obra es Los pasos perdidos del escritor cubano Alejo Carpentier, en la cual reproduce, cien años después, la exacta oposición dialéctica de Sarmiento.

En los pasos perdidos un músico cuya vida se desliza entre las adulteraciones y los falsos valores de la civilización, emprende un viaje al interior de la selva sudamericana en busca de unos primitivos instrumentos musicales de los aborígenes. En el momento en que el protagonista logra adentrarse en la cultura de aquella América edénica, a través de las vicisitudes del viaje (entre las cuales la más importante será una nueva relación amorosa), sentirá el deseo irresistible de comunicar su experiencia. Considerando que se trata de un
músico, imaginará una vasta composición destinada a expresar su descubrimiento, el estado de gracia alcanzado. Pero aquí que las técnicas y los medios expresivos a los que deberá encomendarse no son otra cosa que los elaborados productos de aquella barbarie renegada; así como aquella barbarie es el único destinatario posible del mensaje. De esa forma, la comunicación no sólo se transforma en una especia de traición hacia esa particular cultura sino que terminará por implicar su pérdida ineluctable. Y, de hecho, el protagonista al regresar a la ciudad en busca del papel donde transcribir su partitura, perderá a la mujer amada y todo aquel mundo nuevo que ella representaba.

Al contrario de Facundo, en esta obra es el mundo occidental, con su total alineación y su esencial falta de autenticidad, lo que construye la barbarie improductiva, mientras que el viaje por una América meridional, recóndita e incontaminada, representa el contacto con una forma de civilización auténticamente humana que se considera incluso como redentora. La civilización de Sarmiento es para Carpentier refinada barbarie, y la civilización es un ambicionado retorno a la cultura genuina.

Conocedor de la experiencia poética y política de las vanguardias literarias en Cuba, país de fuertes convulsiones sociales, transgredió el marco de su propia clase para buscar la voz y la mirada del sector más expoliado tanto por su origen como por su raza. Así pues, toda su obra, como la de la mayoría de los coetáneos de su isla, gira entorno a una perspectiva contestataria, profundamente crítica, que fija su indagación en las formas que adoptaba la modernidad en una república balda desde su instauración. Como he citado anteriormente, se trata de periodos y espacios geográficos muy distantes entre sí. Pero, según mi parecer, resulta de profundo interés dicha comparación para elaborar uno mismo una amplia composición sobre una de las problemáticas más importantes de la literatura latinoamericana que conecta a su vez con la temática que es la principal configuradora de esta literatura: la propia identidad.

Para concluir con este informe, no puedo negar que mi visión acerca de esta oposición dialéctica sea más próxima a la de Carpentier que a la de Sarmiento. Y entiendo que ninguno de los dos conceptos podría concebirse sin la existencia del otro. Aunque opino al igual que Sarmiento, que a veces se entrecruzan. También considero que no es una dicotomía de exclusividad latinoamericana. Creo que trasciende a geografías. Que es propia de la existencia humana. Creo que es la eterna dicotomía: civilización y barbarie.

Friday, May 28, 2010

EL SISTEMA BIPARTIDISTA Y LA LEY DE DUVERGER: UN ENSAYO SOBRE LA HISTORIA DE LA CIENCIA POLÍTICA* Willam H. Riker. Universidad de Rochester


EL SISTEMA BIPARTIDISTA Y LA LEY DE DUVERGER: UN ENSAYO SOBRE LA HISTORIA DE LA CIENCIA POL�TICA* Wll.UAM H. RlKER Universidad de Rochester

Gabriel Salazar Vergara. Construcción de estado en Chile (1760-1860): democracia de "los pueblos", militarismo ciudadano, golpismo oligárquico






Gabriel Salazar Vergara. Construcci�n de estado en Chile (1760-1860) democracia de los pueblos, militarismo ciudadano, golpismo olig�rquico

La condición postmoderna: informe sobre el saber Escrito por Jean François Lyotard






Jean Fran�ois Lyotard.La condici�n postmoderna: informe sobre el saber. C�tedra, 1986

Thursday, May 27, 2010

Bárbaros y civilizados. MESTIZAJE, BARBARIE Y CIVILIZACIÓN


En: 

    El concepto de transición de etapas bárbaras a etapas civilizadas en la idiosincrasia cultural de los pueblos, como un proceso continuo en el que se debe seguir avanzando por procesos de transformación psicosocial, responsabilidad indelegable de ellos mismos, se ha afianzado en la sociología moderna en forma mucho más coherente y racional que las premisas que hoy parecen ingenuas de la sociología decimonónica, que tenían por ineludible un avance por etapas hacia una escatología paradisíaca. Ésta podía ser la sociedad sin clases del marxismo; o la sin gobierno de los ácratas; la aproximación al punto Omega de Teilhard de Chardin u otras alternativas con mucho de ilusorio o de voluntarismo ideológico.
     Los conceptos de barbarie y de bárbaro han existido de antiguo, referidos a la onomatopeya de las lenguas germánicas, celtas, eslavas, persas, árabes y mongólicas de las fronteras del helenismo grecorromano. Esta idea permitió, ya varios siglos antes de Cristo, definir como bárbaros a pueblos sin ciudades, sin cultivos, sin moneda, ni comercio, con estructura tribal y con sentido comunal de la propiedad.
      Por el contrario, civilización, vinculada etimológicamente a ciudad (civitas), se extendió desde Francia recién a partir de 1770.

"El concepto de civilización ingresó en el discurso culto de Occidente como el nombre de una cruzada proselitista consciente librada por hombres del saber y destinada a extirpar los vestigios de las culturas silvestres, los modos de vida y patrones de cohabitación locales y confinados en la tradición.'
(Bauman, B-16, p. 135)

      Los procesos civilizatorios vienen siendo estudiados recientemente desde el adoucissement de moeurs y de los hábitos de convivencia, hasta el cambio de valores, escrúpulos y pudores, el creciente monopolio de la violencia legítima por el Estado moderno y la vigencia de garantías jurídicas que intentan desterrar la situación anterior de permanente beligerancia (Elías, E-4). Los estudios de la antropología y paleontología modernas, desde Morgan a fines del siglo XIX, han escalonado las grandes etapas de civilización de los pueblos, desde el salvajismo inicial de la horda troglodita, llamado por algunos el período bestial o preético, en el que predomina la concepción mágica del universo: Este concepto es similar al estado de naturaleza, más utilizado. en ciencias políticas, o el desociedad cerrada de Bergson, transitando luego por la barbarie, hacia la civilización, en sucesivas etapas de control de la emocionalidad por la racionalidad. En la sociología reciente muchos autores tienden a identificar la barbariecon lo premoderno y la civilización con la modernidad.
     Barbarie y civilización aparecen como personajes eternos de la historia latinoamericana, aunque raramente han sido interpretados como fenómenos de un proceso civilizatorio común a todos los pueblos del mundo. La barbarie en Occidente estaba demasiado atrás en la historia como para compararla con la que encontraban los europeos en sus expediciones. Entre nosotros, más bien se las ha examinado como rasgos propios de las fuerzas humanas funcionando específicamente en el área y el momento. Esto ha hecho que los estudiosos que las han tratado llegaran a conclusiones muy diversas según sus lentes ideológicos y los vínculos que mantenían con los intereses en juego. No hay duda, sin embargo, que la persistente dicotomía cultural vigente en los pueblos latinoamericanos se encarna en esas dos expresiones, que han venido evolucionando a lo largo del tiempo sin perder los rasgos que las condenan a enfrentarse duramente. Tal vez este conflicto ha sido descripto y teorizado con mayor claridad en el Río de la Plata gracias a la renombrada interpretación de Domingo F. Sarmiento, pero puede sin duda extrapolarse a muchos problemas de otras poblaciones latinoamericanas. De hecho, se acepta genéricamente en éstas la barbarie como el estado cultural del indio y del africano silvestres trasmitido a su descendencia étnicamente pura o mestiza (Colombres, C-56). Encontramos todavía a criollos que celebran a la civilización como supremo objetivo y camino, en tanto que otros ostentarán orgullosos su adhesión a la barbarie.
     Tras el análisis psicosocial efectuado arrancando desde los orígenes de las culturas híbridas criollas y su evolución histórica, fluye fácilmente la concepción de una pugna permanente entre dos niveles de civilización encarnados desde los primeros contactos del arcaísmo cultural de la infraestructura autóctona, dotada de escasa acumulación decapital social, frente al relativo adelanto de los embajadores de Occidente, como superestructura importada de adelanto superior.
     En la población híbrida resultante, dividida en estamentos generación tras generación, encontraremos coexistiendo individuos y grupos en los que siguen predominando algunos rasgos tradicionales bárbaros, con predominio de pulsiones emocionales, y otros individuos y grupos que sentirán y favorecerán los rasgos que podemos definir, en general, como modernos o civilizados, con una propuesta predominantemente racionalista. Entre ambos extremos habrá toda una gama de tipos intermedios. La pugna entre ambos grupos por imponerse protagoniza la historia y la política de los países criollos y es hoy parte fundamental de las identidades nacionales. El nivel tecnotrópicoalcanzado representa el armamento con que ellos pueden competir en un mundo globalizado y de tecnología crecientemente compleja y dinámica, como es el de la transición del siglo XX al XXI. La desbarbarización sigue procesándose en el presente, con diferentes ritmos, en todas las poblaciones criollas, de modo comparable a lo que acontece en todos los pueblos del mundo. Los triunfos y derrotas de los campeones de la civilización o de la barbarie en las mil batallas de esta larga guerra determinan aceleraciones o frenamientos de todo el proceso, con aumentos o reducciones de los componentes del capital social efectivo en la comunidad. En último análisis son una expresión de la pugna permanente que se libra en la mente de todos los hombres entre los componentes de la inteligencia emocional vecina al instinto y a los reflejos disparados por la experiencia filogenética milenaria actuando frecuentemente desajustada del estímulo presente (vulgarmente definida como el corazón) contra la inteligencia racional, que se esfuerza por controlar, disciplinar y orientar a la anterior, bajo el dictamen del cerebro, eligiendo los caminos por la reflexión presente y no el impulso arcaico. A una relativa debilidad de la supervisión cerebral objetiva obedece el triunfo de las pulsiones salvajes, bárbaras o premodernas en la conducta cotidiana, las explosiones arbitrarias de violencia y la baja racionalidad general de las comunidades folk, que van quedando históricamente rezagadas frente a los pueblos civilizados. En estos últimos las mismas bases emocionales están presentes, pero se ven compensadas y condicionadas por impulsos racionales más poderosos, en los procesos que se conocen comodisciplinamiento, individual y colectivo de largo plazo.
     El tema es complejo y de solución ardua, porque existen numerosas referencias a la elevada aptitud del hombre primitivo para resolver los problemas de la supervivencia en el ambiente virgen en que vive (Diamond, D-43, p. 19); en todo caso, mejor que el hombre civilizado. Es sabido que el occidental no puede prescindir del guía indígena para penetrar en las selvas, praderas y desiertos por vez primera. La diferencia se aprecia ni bien el hombre moderno puede echar las bases de sus instituciones, operadas racionalmente, cosa totalmente inaccesible para el nativo de nivel folk. Basándose en sus instituciones eficaces, a veces apenas esbozadas, frecuentemente crueles, el hombre moderno consigue dominar los ambientes más cerriles, pronto prescinde del hombre primitivo y generalmente lo domina, cualquiera sea su coeficiente intelectual primario teórico-práctico, pero sin el apoyo de instituciones adecuadas.
     En Latinoamérica es continua la indignación y la protesta de las minorías modernizantes contra la persistencia de rasgos de barbarie en sus comunidades. Periodistas comprometidos, los líderes de miras elevadas y no pocos pensadores condenan los resabios arcaicos y abogan por la adopción de hábitos, valores y actitudes civilizadas, calcados algunos de comunidades extranjeras más modernas o productos de elaboración racional propia, aunque deban buscar siempre cohabitar con las raíces tradicionales. Los oficialismos y las oposiciones que quieren mantenerse dentro del sistema deben contemporizar realistamente sus intenciones civilizatorias con los valores, actitudes y comportamientos individuales y colectivos del soberano, que intuyen encuadrados tenazmente en diferentes formas y grados de barbarie, o si se quiere manifestarse optimista, en sucesivas etapas dedesbarbarización, que todavía distan de ser catalogables como algo próximo a la civilización. Son necesarios líderes preclaros e idearios altamente positivos para acelerar el proceso que es, por naturaleza, moroso. De ahí la importancia de insistir sobre el tema para comprender su funcionamiento y evolución.
     En términos generales se define la conducta bárbara y su basamento mental en las actitudes bastas y simples, además de la tendencia al exceso y al rechazo de los límites en todos los actos, desde el comer y el beber, hasta en las relaciones, las rivalidades y pendencias.
     Por el contrario, los rasgos civilizados son el predominio del control y los límites de conducta, una creciente aptitud para el pensamiento abstracto y un refinamiento de hábitos, con la aparición de la cortesía, el respeto a las reglas, la ironía y la sensibilidad estética, además del mejor uso de la tecnociencia, incluso en las manifestaciones de la violencia.
     Inútil insistir en que coexisten en todos los hombres ambas vertientes de pensamiento y a ello se deberán las explosiones salvajes en individuos o en grupos que pudieran clasificarse como cultos o civilizados (desbordes de multitudes, ferocidad por miedos o xenofobia, etc.) y, a la inversa, manifestaciones de bondad, belleza y dulzura en poblaciones clasificadas como primitivas o bárbaras. Estas expresiones variadas de la realidad humana no deben ocultar el valor del racionalismo cerebral para construir las instituciones básicas del tecnotropismo.
     Se han efectuado muy diversas tentativas, primordialmente como ensayo social penetrante, para describir el temperamento o idiosincrasia bárbaros de los pobladores de la América Latina. En general, la connotación debarbarie se aplicó preferentemente a las masas mestizas que, dentro de la general tendencia a sacudirse el yugo de la servidumbre colonial, transferido luego a los gobiernos criollos, eran particularmente temibles por su belicosidad, capacidad de desplazamiento y por haber abrazado el liderazgo de caudillos militares. Tales, por ejemplo, las poblaciones de jinetes-vaqueros independientes y combativos de las fronteras ganaderas de toda América, desde los charros y vaqueros mexicanos y tejanos, hasta los gauchos litoraleños y orientales y los de las Sierras Pampeanas interiores en el Río de la Plata, los huasos del Sur de Chile, pasando por los llaneros colombo-venezolanos, los cangageiros del nordeste brasileño, los montuvios, de la costa ecuatoriana, y otros.
     Casi siempre las descripciones se han concentrado en los caracteres diferenciales de estos tipos regionales, aun cuando todos ellos tienen rasgos comunes muy marcados y reconocen orígenes similares dentro de las culturas criollas. Así, por ejemplo Daus (D-4) siguiendo a Schubart, Sorokin y otros, considera exclusivo de la población de jinetes de las sierras pampeanas de La Rioja y Catamarca el carácter pendenciero-heroico de caudillos y montoneros. El gaucho pampeano, por su lado, separado del anterior por poco más de cien leguas de llanuras, ha sido objeto de millares de descripciones y teorizaciones sobre su muy similar tendencia a caudillaje y montonera, que perduraría en la Banda Oriental y el Río Grande do Sul hasta la Guerra dos Farrapos y otros episodios ya en pleno siglo XX. Lo mismo puede señalarse de estudios sobre los llaneros del Orinoco (Izard, 1-13) o Las lanzas coloradas, de Uslar Pietri, además de los episodios de la Revolución Mexicana de 1910, que han sido brillantemente descriptos (Rulfo, R-45).
Desde el punto de vista más general de la dicotomía civilización-barbarie en relación con el tecnotropismo, que se sigue en esta obra, dejando de lado el rasgo sobresaliente de la agresividad o pacifismo que adquirieron enorme importancia durante los períodos de guerras civiles que asolaron reiteradamente a los países criollos, es posible reconocer también caracteres de barbarie o primitivismo en numerosas poblaciones mestizas que se mantuvieron como prosaicos peatones, así como también en muchos de los grupos dirigentes dominadores, aun cuando éstos se envanecieran de pertenecer al conjunto de los decentes, supuestamente civilizados.
     Las descripciones que siguen servirán para aclarar el punto.
     Existen trabajos sociológicos que describen la cultura criolla uruguaya (Barran, B-9 y B-10), reconocidamente comparable con otras de la familia criolla, como una transición epocal que avanza saliendo de una barbarie inicial, hacia una civilización, que es entendida como disciplinamiento. El análisis psicológico y cultural realizado es un aporte importante, aunque en él han sido soslayados los aspectos políticos de la barbarie y la anarquía. Es una omisión singular, puesto que estos factores tuvieron enorme vigencia y perduraron en la Banda Oriental y la Mesopotamia desde Artigas, Hereñú, Otorgués, `Blasito", "Andresito", y sus seguidores, pasando por Oribe, Fructuoso Rivera, hasta Aparicio Saravia, ya en nuestro siglo, cuando hacía décadas que otras nacientes naciones criollas avanzaban en sus Organizaciones Nacionales.
     Otra limitación consiste en que el análisis efectuado para la Banda Oriental arranca de 1800, a pesar de ser evidente que el origen de la barbarie es inseparable de las raíces tradicionales aborígenes y africanas incorporadas al tronco criollo desde mucho antes de esa fecha(1).
     Por otra parte, la obra de Barran estudia, tanto a la barbarie inicial como al disciplinamiento posterior, sin hacer distingo entre los variados protagonistas, y haciendo una distinción tenue entre los escenarios urbano y rural, como factores de ambiente importantes dentro de la pugna por superar la barbarie. Este disciplinamiento en bloque no parece coincidir con la experiencia histórica. Aunque ciertos rasgos bárbaros son perceptibles en todos los sectores sociales y a través de las épocas, hay referencias coincidentes en muchos estudios a que la naciente burguesía, el clero y los funcionarios europeos o de orientación europeísta, en su mayoría urbanitas, eran los principales promotores de las actitudes decentes y civilizadas, con mayor presencia de componentes racionales, en tanto que las masas rurales y de los arrabales eran las que se aferraban con mayor tenacidad a las formas bárbaras, encabezadas por las indiadas, los mulatos y zambos del servicio domestico, a los que se unían los blancos y mestizos marginales más consustanciados con los grupos tradicionales anteriores (González, G-44, p. 197; Jesualdo, J-7). Barbarie ycivilización han convivido desde el inicio de la conquista hasta hoy mismo, encarnados en grupos políticos y sociales opuestos en ardua pugna.
     La tarea de Barran es fecunda en cuanto destaca el sentido profundo de las pulsiones de mente y cuerpo no controladas que caracterizan a la barbarie. Él las rastrea en la actitud alegre e irreverente, la risa guaranga y la broma pesada, para desmitificar todo lo que representa el orden y los valores de la convivencia ordenada. Estos signos vitales son analizados en el uso habitual de la violencia corporal, las diversiones, el juego, el carnaval, la actitud frente a la muerte, la sexualidad y otros aspectos de la convivencia cotidiana. Es muy lúcida la referencia aislada sobre la esterilidad de la propuesta política de los bárbaros:


"Los órdenes de dominación... no eran enjuiciados (por el bárbaro) desde el espíritu, desde la razón contestataria, contraponiéndoles otros órdenes; eran enjuiciados desde el cuerpo, desde la risa niveladora, irrespetuosa y burlona, desde el desorden... no tenía capacidad de inventar un nuevo orden porque partía del desorden. Eso no la hizo mergos peligrosa para el futuro orden civilizado dado su vínculo con lo más profundo y aún no domesticado del hombre."
(Barran, B-9, p. 17)

     Resulta importante combinar estos caracteres con la antigua postulación sarmientina que ubicaba el epicentro de la barbarie en las masas aboriginizadas del medio rural y a la civilización, por el contrario, en la ciudad. Los enfrentamientos campo vs. ciudad, puerto vs. interior, populismo llanero vs. oligarquías criollas costeras o las guerrillas del norte de México desolando haciendas gachupinas han sido glosados por numerosos estudiosos después de Sarmiento y resultan factores de interpretación importante para todo el convulso período de las guerras civiles. Todavía hoy es más pronunciado el tradicionalismo en los ambientes rurales.
     Es evidente que las expresiones de la barbarie sintetizadas constituyen un mal caldo de cultivo para la aparición y fortalecimiento de instituciones capaces de sustentar un nivel mayor de actividad social, económica y política. ¿Cómo mejorar dentro de ese ambiente el funcionamiento de tribunales, leyes, bancos, finanzas y producción? ¿Cómo sostener proyectos de inversión, encarar acciones a largo plazo, o asumir compromisos comerciales riesgosos sujetos al capricho de factores tan volátiles? La lucha por instalar instituciones más sólidas quedaría en manos de las burguesías, generalmente urbanas.


"Lo revoluciorlario y progresista se asentaba entonces primordialmente en las incipientes fuerzas burguesas urbanas y en sus
ideólogos, y no en las campañas."
(Schneider, S-31, p. 101)

     Lo que se define como civilización en las culturas híbridas latinoamericanas es sinónimo de la paulatinadesbarbarización disciplinamiento, y hasta nuestros días sus mentores serán fundamentalmente los que tengan más marcados los valores y actitudes, para algunos, occidentales o modernos, y para otros, agringados cipayos, en su desestima de los componentes racionales rechazados por foráneos al sentimiento vernáculo.
     En el lenguaje aceptado hoy en general, tanto por las ciencias sociales como por el vulgo, este proceso decivilización es denominado modernización, caracterizado necesariamente por el desencantamiento ydesmitificación del mundo, por el auge de las ciencias experimentales y, fundamentalmente, por la organización racionalista de la sociedad, con su correlato de empresas productivas eficientes y aparatos estatales eficaces (García Canclini, G-23, p. 22). Algo así como la aceptación de la racionalidad formal y material, convertida en el sentido común de Occidente por la prédica desde Kant a los seguidores de Weber.
     El tránsito trabajoso desde la barbarie a la civilización debe entenderse como un proceso en dinámica evolución, aceptándose que hay componentes de la comunidad que actúan como agentes del cambio y otros que procuran frenarlo. Esta evolución va alejando a las comunidades criollas de los modelos de desorden predominantes en las primeras generaciones híbridas, en las cuales han estado más agudamente presentes los caracteres de debilidad de los controles racionales y de escasez de capital social propios de la infraestructura morena y las formas incorporadas de identidad negativa en todas sus presentaciones. Los rasgos típicos de la barbarie coinciden con las comunidades de escaso tecnotropismo, en las que predominan actitudes y valores psicosociales arcaicos, con el resultado de instituciones débiles. Los valores, creencias y actitudes que subyacen en el funcionamiento de estas sociedades, coinciden con los que se encuentran en todas las que recorren etapas primarias de disciplinamiento, ya superadas hace tiempo por los controles individuales y sociales en pueblos más desarrollados.
     A la vez, el interés y la capacidad para cosechar las bonificaciones conferidas por el liderazgo tecnológico y sus réditos económicos son los grandes motores de los imperialismos y motivo de las luchas interimperiales protagonizadas por los pueblos de tecnotropismo alto o ascendente compitiendo por ganar espacios comerciales o estratégicos en los que hacen jugar sus ventajas. Ya hemos visto que la misma cuota de poder que brinda a estos países su alto nivel tecnológico incrementa su soberbia y les hace actuar en diversas formas de destino manifiestomenospreciando a los demás y llegando, en muchos casos, a diversas formas de arrogance of power para retener o acrecer las posiciones privilegiadas que ocupan. En la figura N° 1 constan algunos de los jalones históricos importantes de la carrera en que están lanzados los países, desde los de alto tecnotropismo, hasta los más primitivos, que aún viven en el Paleolítico. Tales son la aparición de los grandes creadores, las batallas, como Lepanto, que marcó el punto de inflexión en el predominio de Occidente sobre el Islam, o las derrotas de la Armada Invencible y el combate de Trafalgar, hitos del predominio mundial de la talasocracia británica, y otros más recientes como la llegada del hombre a la luna o la caída del Muro de Berlín.
     El tecnotropismo tiene un carácter jánico que le permite actuar como punta de lanza de la civilización y, a veces, por el contrario, como abusador arbitrario. El encandilamiento producido por el aprovechamiento tecnológico puede inducir, además, al olvido de los principios morales, sin los cuales las técnicas pueden convertirse en peligros tremendos para la humanidad como se está evidenciando crecientemente, en la nueva barbarie, que tantas dudas y cuestionamientos suscita en nuestros días (Isaacson, I-12). Sin embargo, obviamente la reaparición de rasgos arcaicos o emocionales más o menos generales y duraderos, no alcanza para anular los méritos fundamentales aportados por sus componentes racionales.

Notas al pie
(1Osvaldo Pérez (P-19, p. 7) consigna la estadística carcelaria de Montevideo hacia 1785, en la cual figuran un 57 por ciento de indios y mestizos y un 7 por ciento de africanos, frente a un 36 por ciento de blancos, entre los cuales varios contrabandistas portugueses. Dicha distribución racial sería persistente.

Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos.


Título Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
Volumen 180 de Biblioteca Ayacucho
Autores Darcy Ribeiro, Mércio Pereira Gomes
Editor Fundacion Biblioteca Ayacuch, 1992
pp. 471-480


II.    PATRONES DE ATRASO HISTÓRICO

En las áreas en que la revolución industrial actuó como un proceso de actualización histórica, encontramos pueblos que han quedado al margen de la civilización de su tiempo, condenados, en consecuencia, a experimentar sólo sus efectos reflejos. Son, pues, pueblos retrasados en la historia aunque coetáneos de los pueblos avanzados. En este sentido, no viven una etapa anterior del proceso evolutivo. Al contrario, son la contraparte necesaria del polo desarrollado, plasmada para ejercer un papel subalterno y dependiente respecto a él, debido a la interacción expoliativa que le es impuesta. Esos pueblos postergados se ubican en un cuadro de dependencia que va del colonialismo a formas más sutiles
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de dominación. Sus economías complementarias apenas permiten una integración parcial de la tecnología moderna en su proceso productivo, lo que les impide alcanzar los estilos de vida de las naciones industriales. En este marco, una industrialización espontánea, en lugar de ser facilitada por la existencia de modelos de acción y de técnicas ya suficientemente experimentadas, se ve dificultada enormemente. Primero, por el propio carácter del subdesarrollo, que tiende a autoperpetuarse, por lo que su capacidad espontánea sólo permite la reproducción de sus propias condiciones. Segundo, por efecto del fortalecimiento del reducto oligárquico y patricial interno que, en el curso de la modernización refleja se enriquece y gana poderío creciente en el ejercido de sus funciones de agente del comercio importador y exportador, de productor de artículos tropicales, de asociado a las empresas extranjeras y de representante del poder público. Tercero, por la transferencia al extranjero del producto del trabajo nacional y de los excedentes económicos generados internamente, lo que impide la acumulación interna de capitales disponibles para inversiones industriales. Cuarto, por las imposiciones desmedidas de las empresas extranjeras, que elevan el costo social de los intentos modernizadores a niveles tales que los vuelve imposibles. Quinto, por la intervención extranjera en la vida política interna, que asegura preeminencia política a los agentes nativos de la explotación e impide toda posibilidad de ruptura del atraso, al calificar de subversivo cualquier esfuerzo de desarrollo autónomo.

A costa de la experiencia vivida, estos pueblos atrasados van tomando conciencia de que los progresos aparentes de sus ciudades modernizadas, y de sus hábitos de consumo, son la contrapartida del crecimiento de sus masas pauperizadas, de la pérdida de autonomía de su desarrollo y de la sujeción a vínculos opresivos en la órbita económica, política y cultural. AI experimentar una modernización condicionada por estas limitaciones, se ven condenados a seguir representando el papel de áreas periféricas de las potencias industriales y de pueblos marginalizados de la civilización de su tiempo.

El carácter traumático de sus sociedades, la deformación de sus economías y el contenido espurio de sus culturas, termina por revelarse a sus líderes algunos de los cuales llegan entonces a comprender la naturaleza histórica y circunstancial de su condena a la pobreza. En este momento dejan de ser pueblos retrasados en la historia para ser pueblos subdesarrollados, vale decir, conscientes de que su atraso es erradicable siempre que sus pueblos se movilicen políticamente para luchar por su emancipación contra las fuerzas internas y externas, aliadas para mantenerlos como consumidores de manufacturas importadas y como productores de materias primas para industrias ajenas.

A los primeros embates de esta lucha emancipadora, los líderes nacionales autonomistas advierten la complejidad de su tarea. La lucha por el desarrollo de su país no implica sólo un proceso político interno, sino también un esfuerzo de reordenación de sus relaciones con el mundo. La situación de penuria de la que quieren liberarse, es la condición necesaria para el mantenimiento de los privilegios internos
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y para costear el lujo y la opulencia de los pueblos ricos que los explotan. En estas circunstancias, la lucha por el desarrollo asume necesariamente un carácter nacionalista y conflictual por la transferencia de esas cargas. Los gobiernos de los pueblos ricos, en defensa de lo que definen como sus intereses nacionales, se esfuerzan por mantener el sistema internacional vigente de intercambio, como uno de los mecanismos básicos de la prosperidad de sus empresas. Los pueblos pobres, en defensa de sus intereses nacionales, buscan la manera de escapar a la explotación de aquel sistema, para construir, a partir de su pobreza, una economía nacional próspera. Esta lucha por la emancipación económica y social, supone el enfrentamiento, tanto al enemigo de afuera —representado por las naciones imperialistas— como al situado en el interior de cada sociedad —constituido por los sectores nativos dominantes—, ya que se hallan mancomunados; los primeros para mantener y fortalecer aquellos vínculos externos, y los otros para conservar y ampliar sus privilegios.

I.   CONFIGURACIONES HISTORICO-CULTURALES Y DESARROLLO

Los obstáculos para lograr una integración orgánica en la civilización industrial moderna, que permita alcanzar el desarrollo, varían también de acuerdo con el tipo de configuración histórico-cultural en que se inserta cada pueblo. A las dificultades naturales del proceso de industrialización, se suman diversas resistencias que tienden a volverlo traumático en el caso de los pueblos testimonio, y a ponerle dificultades especiales en el caso de los pueblos nuevos; en cambio, tienden a facilitar en cierta medida su curso en el caso de los pueblos trasplantados.

Vimos cómo las civilizaciones de los pueblos testimonio de las Américas resultaron paralizadas en el curso de su evolución natural, cuando se vieron convertidas en "proletariado externos" de España. Los mecanismos de explotación de esos pueblos, además del robo por parte de los conquistadores de los tesoros acumulados, y de la apropiación que durante siglos realizara el patronato nativo de los frutos del trabajo incluía toda suerte de acciones rapaces, mediante las cuales el patriciado, constituido por los agentes civiles, militares o eclesiásticos del poder colonial, recaudaba todo lo que podía para retornar, cargado de riqueza, a su patria. Este patronato y este patriciado que sustituyeron a los antiguos sectores señoriales autóctonos, diferían de ellos, esencialmente, por su alienación con respecto a la sociedad en la cual se insertaban, y porque la motivación básica de sus actividades era la explotación.

AI declarar la Independencia, tres siglos después de la conquista, los pueblos testimonio de las Américas continuaban con poblaciones menores y eran infinitamente más pobres que antes. Además, habían absorbido una enorme masa de elementos culturales, tomados del colonizador, que se vieron obligados a mantener, puesto que solamente completando su proceso de europeización, alcanzarían cierta homogeneidad como etnias nacionales. Fuera de los problemas del subdesarroflo, provenientes del modo como se integraban en el sistema capitalista y
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en la civilización industrial, habrían de enfrentar las tareas de absorción étnica de enormes masas, social y culturalmente marginales.

La clase dominante nativa, al dirigir la independencia de estos pueblos, tenía como objetivo fundamental el de sustituir a los agentes metropolitanos de dominación. Una vez instalada en el comando de las nuevas sociedades nacionales, intentó acelerar por todos los medios el proceso de modernización, pero trató simultáneamente, de hacer que éste se cumpliese bajo la égida de sus intereses. Desde entonces, este factor de constricción pasó a actuar como condicionante básico del proceso de renovación social y como su deformador.
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Los demás pueblos testimonio del mundo, al resultar menos duramente golpeados por la expansión europea que los de América, pudieron conservar sus perfiles étnicos y aun proseguir su proceso de expansión macroétnica, como la India drávida, la China, la Indochina,  el Japón
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y las naciones musulmanas. Todos, empero, tuvieron que hacer frente al imperativo de la modernización. A pesar de su carácter reflejo, esta modernización alteró profundamente sus formas de vida y debió ser continuada, después de su independencia formal, como una exigencia de la evolución socíocultural. No obstante, cambió de carácter y, en vez de operar como fuerza occidentalizadora —como ocurría en las condiciones de dominación colonial— pasó a actuar como una fuerza más susceptible de depurarse de los contenidos culturales europeos. Aun así, tiene un efecto homogeneizador ya que, al difundir los mismos procedimientos tecnológicos básicos, provoca respuestas paralelas a aquellas experimentadas por Europa en el plano estructural c institucional. Esta uniformación fue tomada, durante mucho tiempo, como una europeización compulsiva por aquellos que identifican los aportes de la civilización industrial con la cultura occidental. Hoy pueden ser interpretados como referentes a imperativos humanos y no a los étnicos de cualquier pueblo o conjunto de pueblos. En el pasado, la tecnología más avanzada sólo incidentalmente vino a ser europea, por haberse anticipado Europa, accidentalmente, en las dos revoluciones tecnológicas, la mercantil y la industrial, que habrían de ocurrir necesariamente en otro contexto si no se hubiesen desencadenado allí; y de las que resultarían civilizaciones en lo esencial con idénticas características, porque éstas correspondían a peculiaridades intrínsecas de los fenómenos naturales, como las potencialidades energéticas del vapor del carbón y del petróleo, por ejemplo. Estas peculiaridades físico naturales son las que hacen esencialmente uniforme a la civilización industrial, cualquiera sea el pueblo que las exprese.

£1 hecho de que se hayan desarrollado originalmente en Europa le aseguró a ésta cuatro siglos de predominio mundial, pero además, le dio la oportunidad de colorear la nueva civilización con los valores de sus tradiciones, haciendo que la máquina, el motor o la fábrica se impregnasen tanto de ellos que llegaron a ser tenidos como intrínsecamente "occidentales y cristianos'*. Son también uniformes muchas de las consecuencias estructurales de la civilización industrial —como el surgimiento de un proletariado— e incluso algunas repercusiones ideológicas de este desarrollo como por ejemplo,   la secularización de la cultura.

Para los pueblos testimonio que alcanzaron el desarrollo conservando su autonomía y su perfil técnico original —como los japoneses y los chinos— la aceleración evolutiva significó la oportunidad de proyectarse a nuevas etapas de la evolución humana y de experimentar las consecuencias homogeneizadoras universales de la civilización industrial, pero con la capacidad de privar a ésta de los contenidos espurios que la calificaban como europea occidental, y que en el plano ideológico la volvían una fuerza alienadora.

Los efectos de la revolución industrial sobre los pueblos nuevos se diferencian de los experimentados por los pueblos testimonio sólo porque en aquéllos se pudo completar la unificación étnícocultural a través de la fusión compulsiva de las matrices constituyentes. El papel de las clases dirigentes nativas fue, sin embargo, el mismo. En ambos
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casos, el grupo privilegiado llamado a regir el proceso de renovación económica y social después de la Independencia, se configuró como patriciado que utilizó el gobierno para montar estructuras institucionales vigorosamente resistentes a cualquier cambio que pudiese afectar los intereses patronales y, por esta vía, abrir a sus pueblos perspectivas de desarrollo o integración  de la civilización industrial moderna.

La característica más saliente de los pueblos nuevos y los pueblos testimonio de las Américas es la de ser sociedades-factorías, cuya organización socioeconómica ha dependido de la voluntad del núcleo colonizador. Como tales, experimentaron una dominación externa más firmemente establecida y más duradera que la de cualquier otra región del mundo.

La continuidad y el poder de esta acción intencional, permitió reimplantar en ellas la esclavitud de tipo grecorromano, transportando a las plantaciones y a las minas en las áreas de los pueblos nuevos, a más de cincuenta millones de esclavos negros, durante los trescientos años de esclavitud, y exterminando cerca de setenta millones de indígenas de los pueblos testimonio. En ambos casos, los sistemas económicos jamás se organizaron para crear o recrear las condiciones de supervivencia y reproducción de sus poblaciones sino para producir, con el desgaste de estas poblaciones, lo que ellas no consumían, a fin de satisfacer necesidades ajenas y enriquecer las oligarquías locales. En esas áreas el poder colonial adaptó la forma más despótica, sin reconocer jamás los derechos individuales que acaso pudieran oponerse a la dominación. En ellas fue siempre tan grande la alienación oligárquica y patriarcal con respecto a la etnia nacional naciente, que las capas dominantes de los pueblos nuevos llegaron incluso a proponerse la sustitución de la propia población mediante programas sistemáticos de "blanquización" racial, como se intentó hacer en Brasil y Venezuela, y como efectivamente se hizo en Argentina y Uruguay que, por esta vía, se transformaron en pueblos trasplantados.

Finalmente, allí jamás se establecieron instituciones democráticas de autogobierno que no fuesen apenas simulacros destinados a legitimar la dominación patricial oligárquica. En consecuencia, no existieron mecanismos de participación popular en el poder y las distancias sociales entre hombres libres y esclavos, o entre pobres y ricos, eran semejantes a las que medían entre hombres y animales.

En ese mundo despótico y esclavista, latifundista y monocultor, las fuerzas transformadoras de la revolución industrial encontraron resistencias mucho mayores para la creación de una economía moderna y para una rcordenación social que diese al pueblo la oportunidad de participar en los beneficios del progreso. En estas circunstancias, los antagonismos que en Europa —y en las sociedades de tipo europeo trasplantadas a nuevas áreas— sólo limitaron las potencialidades de la civilización industrial, retrasando su creación o sometiéndola a una ordenación clasista, lograron, aquí, deformar todo el proceso. Cada núcleo industrial surge en estas áreas como un punto aislado en medio de la economía arcaica preponderante (...)
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A todos estos efectos disociativos se agrega, además, el de que al realizarse bajo condiciones de constricción y la explotación externa, la industrialización de los pueblos nuevos y de los pueblos testimonio sufrió deformaciones, por lo que fue incapaz de generar los efectos renovadores que tuvo en otros contextos. En primer lugar, porque se cumplió de modo reflejo, porque la instauración de mecanismos moder-nizadores estuvo destinada a activar su papel de productores de materias primas. En segundo lugar, porque principalmente se buscó sustituir las antiguas importaciones, que pasaron a ser producidas localmente por sucursales de las grandes corporaciones. Tercero, porque se desarrolló estrangulada por diversos mecanismos limitativos, como la propiedad extranjera de la mayoría de las plantas industriales, lo que las transforma en mecanismos de captación de recursos y de recolonizacíón de la economía nacional. Cuarto, por su carácter predominante de industrias de consumo, que multiplican la oferta de artículos suntuarios destinando una parte considerable de la renta nacional a gastos superfluos, cosa que las naciones industrializadas sólo se permitieron tardíamente. Quinto, por su incapacidad para asegurar autonomía al proceso de desarrollo nacional por faltarle, precisamente, las industrias de base y de producción de maquinaria. Y, finalmente, por operar sus fábricas con maquinaria importada, fruto del desarrollo tecnológico ajeno, del cual siempre permanecieron dependientes.
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El efecto crucial de esta pseudo industrialización, fue la sustitución del empresariado nacional —que el capitalismo industrial hace surgir donde quiera que madure de manera autónoma— por una categoría gerencial, administradora de los intereses extranjeros, y por un patronato nativo sumiso a las grandes corporaciones, ambos interesados más en la supervivencia, a cualquier precio, del propio capitalismo, que en el desarrollo nacional. Otro efecto de esta industrialización recolonizadora fue la supresión de las condiciones necesarias para el surgimiento de un cuerpo nacional de científicos y teenólogos, capaces de dominar el saber moderno, en virtud de la transferencia de sus funciones a los departamentos de investigación de las corporaciones extranjeras que administran esa industrialización inducida desde afuera como mecanismo de succión de recursos.

La diferencia de los efectos en la introducción de la tecnología industrial entre aquellas dos categorías de pueblos y los pueblos trasplantados, radica, esencialmente, en la flexibilidad estructural de estos últimos en relación a la rigidez de los primeros ocasionada por el papel constrictor de sus clases dominantes. Los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, formados por el traslado de poblaciones marginales de Europa hacia áreas desiertas o escasamente pobladas, pudieron estructurar sus sociedades sin enfrentar las barreras de la obstrucción oligárquico-patricial, y crear instituciones políticas modeladas de acuerdo a las tradiciones democráticas de sus poblaciones originarias de países en vías de industrialización. Además, sacaron provecho inicial-mente de su relación con Inglaterra, que por un lado les aseguraba un fácil dominio de las fuentes del saber  tecnológico moderno, y, por
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otro, los hacía herederos de una tradición política liberal que permitió cierto grado de participación popular en la ordenación social. Esta participación dio base después de la guerra de Independencia de los Estados Unidos a la política de expropiación y distribución de los latifundios pertenecientes al enemigo, y más tarde a las leyes de Homestead, que abrieron el oeste a millones de granjeros.

En la conformación de los Estados Unidos, tuvo también una importancia capital la preocupación de los colonizadores, como pueblos protestantes, de alfabetizar a toda la población con el propósito de difundir la palabra bíblica, cosa que no ocurrió en los países colonizados por pueblos de tradición católica. Este hecho es, probablemente, tan importante como el paralelo weberiano entre el protestantismo y el espíritu capitalista (Max Weber, 1948).

Efectivamente, la alfabetización masiva hizo que amplios sectores de la población norteamericana (2) pudieran participar de la vida política, lo cual dio lugar a sociedades más democráticas, y permitió llenar uno de los requisitos básicos de la calificación de la mano de obra de una civilización industrial, ya que ella no se forma por tradición oral, sino por la transmisión escrita de los conocimientos. Un episodio refleja la importancia de este factor: el libro clásico de Thomas Paine, que con su llamamiento libertario representó un papel importante en la movilización popular hacia la lucha por la independencia, alcanzó en dos meses un tiraje de 150.000 ejemplares. Sería imposible reproducir un hecho de esta naturaleza en cualquier otro país americano, en virtud del analfabetismo imperante en toda la población, inclusive entre los sectores ricos.

(2) En 1850, América del Norte contaba con el 80% de su población alfabetizada; en la misma época, Francia había alfabetizado el 64.7%; Rusia el 6%, y América Latina debería tener un porcentaje similar de analfabetos.

Si se compara la progresión norteamericana y la canadiense con la argentina y la uruguaya, también pueblos trasplantados, se comprueba que las diferencias en sus respectivos desarrollos se explican por la existencia en estos últimos, de una oligarquía latifundista que, aun después de la independencia, conservó el monopolio de la tierra; de un patronato parasitario dedicado al comercio de exportación e importación que mantuvo el régimen de estímulo a las importaciones; y de un patriciado burocrático que frenó la capacidad de renovación social de los inmigrantes y limitó su actividad creadora a una mera industria artesanal. Estas constricciones frenaron el desarrollo argentino y uruguayo en comparación al de las naciones trasplantadas no sujetas a tales controles paralantes. Esta limitación se produjo sobre todo por la constricción oligárquico-latifundista que hizo impracticable, en las dos últimas décadas, las economías argentina y uruguava de exportación de carnes, lanas y cereales producidos en latifundios, frente a la competencia de los granjeros canadienses, australianos y neozelandeses.

El monopolio de la tierra obligó a la masa de inmigrantes europeos que se dirigieron a los países rioplatenses, a quedarse en las ciudades,
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ante la imposibilidad de establecerse como granjeros. De este modo, aquellas sociedades enfrentaron el doble problema de no haber constituido una clase media rural que pudiera mantener, como mercado interno, su industrialización; y el de experimentar una urbanización precoz que redujo la comprensión demográfica necesaria a la ejecución de una reforma agraria, creando una vasta capa parasitaria representada por enormes contingentes del sector terciario, sobre todo de burócratas.

También tuvo gran importancia para los pueblos trasplantados del sur, el hecho de que escaparon de la dominación ibérica para caer bajo la influencia británica, exactamente cuando de ella se liberaban los Estados Unidos. En consecuencia sustituyeron el pacto colonial por una dependencia neocolonial. Mientras los norteamericanos se volcaban a la tarea de expandir su frontera interna, gracias a una economía agrícola granjera, y procuraban implantar una infraestructura industrial autónoma con miras a cumplir una política de gran potencia, Argentina y Uruguay independientes, en cambio, buscaron asegurarse la provisión de bienes manufacturados de consumo, extendiendo sus explotaciones agropecuarias de exportación mediante la expansión del latifundio y la instalación de empresas extranjeras. Estas tomaron a su cargo las tareas modernizadoras, como el transporte ferroviario, las centrales eléctricas y otras actividades que exigían una alta tecnología.

Los desarrollados son, por lo tanto, opuestos. En el primer caso tenemos un proyecto de creación de una economía autárquica mediante la difusión de la pequeña propiedad rural, lo que permitió crear un poderoso mercado en el cual se asentaría el desarrollo industrial posterior. En el segundo, el mantenimiento de las funciones complementarias tradicionales de la economía, heredadas del régimen colonial, y la aceptación de nuevas formas de dependencia externa, cada vez más imperativas y costosas.

El contenido arcaico de la región sur de los Estados Unidos que reaccionó insurreccíonalmente contra la orientación industrializadora, autonomista y democrática del norte, ejemplifica el papel de la constricción oligárquica de la formación colonial-esclavista de planta/ion, y demuestra cuánto puede afectar este factor al proceso de desarrollo de los países donde prevaleció en el período colonial y donde sobrevive hasta hoy.

Vencida y subyugada por la Guerra de Secesión, la región sureña se estancaría mientras el norte y el oeste progresaron por nuevos caminos. Aun vencida, persistiría por décadas, como un contrapeso en la sociedad norteamericana. Invicta hasta hoy en América Latina fexcepto en Cuba y ahora también en Perú), esta economía de haciendas latifundistas de exportación constituye el modelador fundamental de las respectivas sociedades nacionales y la causa básica del atraso de todo el sur del continente.
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Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos.



Título Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
Volumen 180 de Biblioteca Ayacucho
Autores Darcy Ribeiro, Mércio Pereira Gomes
Editor Fundacion Biblioteca Ayacuch, 1992
pp. 336-345


V.    LOS CHILENOS

La historia del pueblo chileno nos recuerda las ideas de Toynbee sobre los factores estimulantes o impeditivos del florecimiento de las civilizaciones. El factor fundamental sería, a sus ojos, el desafío consistente en las dificultades que un pueblo tiene que enfrentar, las cuales no deben ser demasiado aplastantes como para disuadirlo, ni tan débiles que lo ablanden, sino suficientemente emulativas para acicatear el ánimo creador y mantener el esfuerzo de autoafirmación.

Colgados de una tira de tierras pedregosas, el clima áspero, batidos por los vendavales del Pacífico, castigados por terremotos, hostilizados por los araucanos, los chilenos, a pesar de todos estos percances —o gracias a ellos— consiguieron fundar una etnia peculiar, más madura y más viril que otras asentadas en tierras más ricas y menos castigadas por tantos flagelos.
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Santiago, su capital, vetusta y gris, sólidamente edificada para resistir los terremotos, contrasta curiosamente con la alegría cordial y colorida de la gente que anda por sus calles. Mavor es, sin embargo, el contraste entre esa gente que pasea y mira vidrieras y aquellos hombres y mujeres que se ven en las ferias populares, o a través de las cercas, en las construcciones. Unos y otros contrastan por su altura y esbeltez, por sus posturas y por sus ropas, como gentes de dos países diferentes y distantes.

Jorge Ahumada, expresando una autoimagen nacional típica de la intelectualidad chilena más alienada, asevera que: "La mayoría de los chilenos rechazará de plano el paralelo con muchos países asiáticos o africanos y también con países indoamericanos. Nos gusta pensar que somos los ingleses de la América morena.(1) Por más que esto los entristezca, la verdad es que los chilenos constituyen un Pueblo Nuevo, fruto del mestizaje de españoles con indígenas. Su matriz es la india araucana apresada y encinta por el español. 

Los mestizos originados por estos cruzamientos, que a su vez absorbieron más sangre indígena por el apareamiento mestizo-india, plasmaron el patrimonio genérico fundamental del pueblo chileno. Esta enorme masa mestiza, en el esfuerzo por sobrevivir biológicamente y por definirse como etnia, es la que ha conformado la nación chilena que comienza ahora, a tomar conciencia de sí misma y a forjar una autoimagen autentica correspondiente a sus características y a su experiencia histórica.

Chile jamás recibió contingentes europeos en proporción tan considerable que permitiese absorber tamaño conjunto somático indígena o soterrarlo socialmente en la condición de casta inferior bajo un alud migratorio. El mestizaje se operó de continuo durante todo el período colonial entre la base humana indígena y la minoría hispánica; simultáneamente actuaba un sistema de integración sociocultural que, al liberar al mestizo de la esclavitud o de la servidumbre que pesaba sobre el indio, le permitió ascender merced a la españolízación lingüística y religiosa. No se trataba, naturalmente, de una asimilación completa que fundiese a todos los mestizos en una amalgama indiferenciada. Varios factores de diferenciación en acción conjunta plasmaron una clase dominante fenotípicamente más europea. Dentro de estos factores, se destacan los privilegios que el estatuto colonial confería a los peninsulares, lo que les daba posibilidades de imponerse a los criollos, así como el implicado en el muy difundido afán de realizar casamientos con españolas como mecanismo de "blanqueamiento" por parte de los mestizos enriquecidos. Esta última tendencia persiste aun hoy, pudiéndose apreciar en actitudes como la ejemplificada por Ahumada;  asimismo, en el hecho, de la absorción, por parte de la capa dominante criolla de algunas decenas de millares de europeos emigrados a Chile después de su independencia.

(1) * Jorge Ahumada, 1958. Actitudes semejantes se registran en Nicolás Palacios 1904; F. A. Encina,  1912 y A. Edwards Vives, 1928.
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La autoimagen chilena, que tiende a describir a sus nacionales enfatuando las características blancoeuropeas como un valor en sí, no es sólo un error sino que también implica una forma de desprecio por el perfil nacional real. Es cierto que la literatura chilena, y sobre todo su poesía, encuentra en una figura del araucano su principal símbolo integrador. Del araucano aceptado al final apenas como mano de obra servil y como vientre étnico, ya que la historia chilena es principalmente el relato de siglos de esfuerzos para diezmarlo.

La situación es curiosamente semejante a la de los mamelucos paulístas, también orgullosos de sus cuatrocientos años de paulistanídad, también  mestizos  e   igualmente  alienados.   Ambos  rinden culto, con igual respeto, al indio que aniquilaron con idéntica eficacia. ¿Será éste un rasgo típico de la alienación del mameluco? Marginado entre dos culturas contrapuestas, parcialmente integrado en ambas el mameluco fue llamado a identificarse con el padre europeo en contra de la madre indígena y su gente, como condición de reconocimiento de su asimilación y como requisito previo de ascenso social. Sus nietos, distanciados por generaciones del conflicto indioeuropeo, todavía manifiestan esa ambivalencia fundamental en la extravagancia de la identificación blancoide y  en  el culto al antepasado  indígena sometido, en contextos que lorevelan como su propia y original matriz étnica.
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Lejos está todavía para muchos países mestizos de América el cumplimiento de la primera etapa que consiste en la aceptación tranquila de su propia imagen, autoidentificándose como etnia nueva, racialmente más heterogénea que los tres troncos básicos, pero ni peor ni mejor que ellos; culturalmente plasmada por la integración de la herencia europea con el patrimonio forjado a duras penas bajo la comprensión del régimen esclavista y al calor del esfuerzo secular por sobrevivir en las tierras americanas y crear aquí formas propias de ser y de pensar.

Una de las postreras formas de dominación europea, subsistente luego de la independencia, consiste en la introyección en millones de americanos mestizos, de ideales estético-humanos, así como de otros valores, apoyados en la sobrcvaloración de las características del blanco europeo como señales de superioridad. Esta manera de asumir la auto-imagen "del otro" se manifiesta de mil modos. En la aristocracia chilena, por ejemplo, se denuncia por la vanidad de la identificación blancoide,
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expuesta con la mayor naturalidad y hasta con autenticidad por parte de gentes que se conciben como diferentes y mejores en el cuerpo de la nación, atribuyendo su precedencia social a su tez más clara. El ejercicio secular de una superioridad social incontestada, fundada en la propiedad monopolista de la tierra y de otras formas de riqueza, y el hábito de dirigir dependientes serviles de ordinario morenos, acabó por hacer que aun los aristócratas de fenotipo más nítidamente indígena se vean a sí mismos como blancos y expliquen en razón de tal característica su condición social superior.

En gran parte de la intelectualidad chilena, y en la clase media más alienada de su pueblo, la misma compenetración se revela en el esfuerzo por identificarse con la aristocracia blanca, o blanca por auto-definición, y en el empeño por desfigurar verbal e ideológicamente la imagen nacional real, creando instrumentos sutiles de sojuzgamiento de las clases populares más fuertemente mestizas. Es así como las marcas raciales denunciadoras de ascendencia indígena, en lugar de operar como factor de orgullo, continúan funcionando como estigmas, suscitando actitudes discriminatorias que van del preconcepto abierto a la autocensura.

Estos hechos tienen no sólo importancia descriptiva, como episodios en el proceso de formación de los chilenos como Pueblo Nuevo, sino también un valor de actualidad, porque una de las trincheras de lucha de la oligarquía por la perpetuación de sus privilegios se basa en las barreras socioculturales y psicológicas que se oponen al reconocimiento de las masas mestizas como el pueblo chileno real. Mientras subsistan estos valores, constituirán un obstáculo a la formulación de un proyecto nacional reordenador que tenga como requisito previo y prioritario la integración de todos los chilenos, pero sobre todo de sus masas marginadas, en una misma sociedad igualitaria.

Lo más curioso, en el caso de la autoimagen chilena, es la combinación de una serie de rasgos contradictorios. Tales, por ejemplo, la extrema exaltación literaria de las cualidades viriles del araucano, transformado en heroico ancestro mítico, no sólo con posterioridad a su desaparición, sino aun durante el período de los combates exterminado-res; disgusto por el carácter mestizo de la población, contrapuesto a cierto orgullo por la belleza de la mujer chilena, explicada en términos de mestizaje indohispánico; la anglofilia de actitudes, de ideología, de la etiqueta, como índice de ilustración y de blancura, y hasta cierta animosidad antihispánica por considerar la etnia morena, manifiesta en el intento por representar al conquistador ibérico que llegó a Chile como un rubio hombrón de tipo germánico.
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Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos

Título Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
Volumen 180 de Biblioteca Ayacucho
Autores Darcy Ribeiro, Mércio Pereira Gomes
Editor Fundacion Biblioteca Ayacuch, 1992
pp. 377-383



Cuarta Parte LOS PUEBLOS TRASPLANTADOS


I.     INTRODUCCIÓN

Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a América de miseria, en nombre de la libertad.
(Simón  Bolívar)


Los pueblos trasplantados de las Américas surgieron de la radicación de europeos, emigrados en grupos familiares, a los que movía el deseo de reconstituir en el nuevo continente, con una libertad mayor y con mejores perspectivas de prosperidad que las existentes en sus países de origen, el estilo de vida característico de su cultura matriz.

Algunos, como los colonizadores de América del Norte, se instalaron en territorios despoblados o escasamente ocupados por grupos tribales que vivían de la caza y de una agricultura incipiente. Dichos grupos fueron hostilizados y desalojados; jamás se fundieron con ellos, ni crearon formas de convivencia adecuada. Este hecho nada tiene de excepcional porque tanto los colonizadores ingleses, holandeses, como los portugueses o españoles, actuaron siempre de esta manera cada vez que sus establecimientos contaron con mujeres blancas en número suficiente. Otros, como los argentinos y uruguayos, resultaron de corrientes migratorias europeas que entraron en competencia con grupos mestizos espa ñolizados, de configuración étnica anterior, a los que también desalojaron por la violencia aunque ésta alcanzara un grado menor.

Los pueblos trasplantados contrastan con las demás configuraciones socioculturales de América, por su perfil característicamente europeo manifiesto no sólo en el tipo racial predominantemente caucasoide, sino también en el paisaje creado como reproducción del Viejo Mundo, como en la configuración cultural y en el carácter más maduramente capitalista de su economía. Esta se fundó principalmente en la tecnología industrial moderna y en la capacidad integradora de su estructura social, que pudo incorporar casi toda la población al sistema productivo, y a la mayoría de ella a la vida social, política y cultural de la nación. Por esto mismo ellos se enfrentan con problemas nacionales y sociales que les son propios y tienen una visión del mundo distinta a la de los pueblos americanos de las otras configuraciones.

Hay entre los pueblos trasplantados del norte y del sur del continente profundas diferencias, no sólo por su cultura, predominantemente latina y católica en éstos, anglosajona y protestante en aquéllos, sino
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también por el grado de desarrollo alcanzado. Estas diferencias aproximan e identifican más a los argentinos y uruguayos con los demás pueblos latinoamericanos, también neoibéricos, católicos, pobres y atrasados. Por la mayoría de sus otras características, sin embargo, ellos son pueblos trasplantados, y como tales presentan muchos rasgos comunes con los colonizadores del norte.

Naturalmente, no es por mera coincidencia que todos estos pueblos trasplantados se encuentran en zonas templadas. Condicionado milenariamente a los rigores del invierno y al ritmo marcado de las estaciones, el inmigrante europeo se encontró más cómodo en climas similares, huyendo en lo posible de las regiones tropicales. Se puede apreciar que a la inversa, los pueblos adaptados al trópico, no se sienten a gusto en las áreas frígidas, donde son compelidos a vivir en ambientes artificiales, que avasallan y deprimen a la naturaleza y también a los hombres.

Algunos autores han querido explicar las diferencias en cuanto al grado de desarrollo económico de los pueblos trasplantados respecto de los otros, como una consecuencia de estos factores de diferenciación. De esta manera se atribuye un valor causal en el proceso de formación de estos pueblos —como acelerador o retardador de progreso— a la condición racial predominantemente blanca, en contraste con el mayor mestizaje con pueblos de color de las demás poblaciones americanas, a la homogeneidad cultural europea, en oposición a la heterogeneidad resultante de la incorporación de tradiciones indígenas, como ocurrió con los Pueblos Trasplantados, a la posición geográfica y a sus consecuencias climáticas, y finalmente, al protestantismo de unos y al catolicismo de los otros.

La mayoría de esas afirmaciones no resisten la crítica. Las civilizaciones se han desenvuelto en diferentes contextos raciales, culturales y climáticos. Fisonomías distintas de la civilización occidental europea misma, han logrado elevada expresión en combinación con cultos católicos y protestantes, que en rigor no son más que variaciones de una misma tradición religiosa. Solamente el registro de la homogeneidad cultural tiene alguna significación causal. Su papel como motor del desarrollo, no reside sin embargo en la homogeneidad cultural en sí, sino en las posibilidades con que por esta razón y de manera circunstancial, contaron los emigrantes salidos de Europa en un determinado período histórico, para adquirir los conocimientos y la tecnología en que se fundaba la revolución industrial en curso.

En verdad, es posible encontrar una explicación de sus caracteres y logros sólo del punto de vista histórico y mediante un examen cuidadoso del proceso civilizatorio global en el que todos estos pueblos se vieron envueltos, así como de los varios factores intervin¡entes en la formación de cada uno de ellos. Esto es lo que nos proponemos hacer con respecto a los pueblos trasplantados al considerar, tanto su composición racial y cultural y el modo de reclutarse sus contingentes forma-dores, como la manera en que se asociaron y fundieron en nuevas entidades étníconacionales.
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Sin embargo anies debemos señalar otros factores generales de diferenciación o aproximación de los pueblos trasplantados en relación a las demás configuraciones históricoculturales de América; éstos probablemente resulten más explicativos de sus respectivos modos de ser que los tan traídos y llevados factores climáticos, raciales o religiosos. Entre ellos sobresalen en el caso de los pueblos trasplantados del norte, el hecho de ser el resultado de proyectos tendientes a la autocoloniza-ción de nuevos territorios, en oposición al carácter exógeno de las empresas que dieron lugar a las otras configuraciones; en el de los pueblos testimonio, la circunstancia de someter a sociedades cultural-mente muy avanzadas sobre las cuales el conquistador se estableció como una nueva dase dominante; y en los pueblos nuevos, el hecho de que el proceso de poblamiento se cumplió a través de la esclavización de indios y negros con destino a explotaciones agrícolas o mineras.

A estos se suman otros factores explicativos y especialmente, la preponderancia en los pueblos trasplantados de un proceso de mera asimilación de los nuevos contingentes por parte de los primeros núcleos coloniales. En los pueblos nuevos la integración de los grupos indígenas y negros esclavizados estuvo presidida por el signo de la deculturación, en tanto que en los pueblos testimonio consistió en la desintegración cultural y la transfiguración étnica.

Los tres procesos presentan semejanzas y diferencias, pero las características específicas de cada uno de ellos marcarían distintos manifiestos en las configuraciones resultantes. En el primer caso, se trataba de anglicanizar desde el punto de vista lingüístico, a europeos de diversos orígenes, o de uniformar las normas y costumbres de la vida social, que en realidad presentaban las desemejanzas propias de las variantes múltiples de una misma tradición cultural. En el segundo caso, se trataba de erradicar culturas originales altamente diferenciadas entre sí y respecto de la europea, a fin de imponer formas simplificadas de trabajo y de coexistencia, bajo la opresión del sistema esclavista y con el exclusivo interés de hacer rendir al máximo la mano de obra. En el tercer caso, estrangulado el proceso de desarrollo autónomo de las altas civilizaciones originales, se formó un complejo espurio y alienado en el que se perdieron los contenidos eruditos de las mismas y la calificación ocupacional de su población. Es claro que los pueblos resultantes de los dos procesos de formación cultural señalados últimamente enfrentaban dificultades mucho mayores para su reconstitución étniconacional y para integrar a su patrimonio cultural la tecnología de la civilización  industrial.

Otros (actores explicativos de las diferencias de las tres configura-ciones derivan de la mayor madurez de la economía capitalista mercantil propia de los pueblos trasplantados en oposición a las otras dos. Entre otros, se destaca el carácter más igualitario de la sociedad establecida en el norte, frente al perfil autoritario de las configuraciones del sur. Esta oposición encuentra expresión en el predominio en toda América Latina del sistema de haciendas, basado en el monopolio de la tierra, que contrasta con el de las granjas familiares difundido en los Estados Unidos. El primero dio lugar a un tipo de república oligárquica que
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condujo los destinos nacionales luego de la independencia; el segundo generó una república democrática asentada en una amplia clase media, políticamente activa y defensora de las instituciones de autogobierno.

Deben considerarse como factores concomitantes de idéntica naturaleza, el predominio del trabajo asalariado —aunque en sus formas más elementales— en las colonias del norte, a la esclavitud y el vasallaje existente en las otras regiones. Estas dos formas de reclutamiento de la fuerza de trabajo dejaron profundas huellas en las sociedades en que tuvieron lugar. Por un lado, permitieron una dignificación del trabajo manual, en tanto que en el segundo tipo de sociedades éste era considerado como una actividad "denigrante", propia de las categorías serviles.

Se da un cierto paralelismo entre estas concepciones referentes al trabajo, y algunas actitudes protestantes o católicas relativas a la materia, lo que no significa que estas religiones hayan representado un papel causal en la génesis de ambos comportamientos. Simplemente señalar que ellas sustentaban el sistema vigente en las sociedades respectivas; las protestantes, sociedades capitalistas más avanzadas; las católicas, más atrasadas y aristocráticas. No debemos despreciar sin embargo la importancia de este apoyo, así como la de otras derivaciones de las dos posiciones religiosas. Por ejemplo el estímulo a la alfabetización a fin de que pudiera leerse la Biblia en el caso de los protestantes, en el de la ideología católica tradicional el conservadorismo manifiesto en el empeño puesto en infundir resignación frente a la ignorancia y la pobreza.

Sin embargo, más que el factor religioso en sí mismo, fueron las características institucionales de las iglesias que catequizaron el Nuevo Mundo las que desempeñaron un papel modelador para sus pueblos, constituyendo los mecanismos productores de su profunda diferenciación.

El traslado de la Iglesia Católica a América se ubica en la coyuntura de los imperios mercantiles salvacionistas cuyo tipo habían adoptado España y Portugal con posterioridad a la ocupación musulmana. Las sectas protestantes en cambio, desembarazadas de la jerarquía romana y del peso de los obispados locales, en las cuales el culto se realizaba bremente, encuadran   en   las formaciones  socioculturales   capitalistas mercantiles.

La primera fue una parte esencial de la maquinaria del estado, promotora de la conquista y de su pretendida acción salvadora. De igual modo que el islamismo expansivo, el expansionismo ibero-católico ejercía sobre las poblaciones que llegaba a dominar una gran fuerza coercitiva, exigiéndoles además, cantidades mayores de sus excedentes productivos a fin de poder sostener un clero numeroso y de que su gloria se reflejara en la magnificencia de los templos. Basta comparar el número y la calidad arquitectónica, el tamaño y la riqueza de las catedrales de la América Católica, con la modestia de las construcciones religiosas de la América protestante, para apreciar la desproporción de los recursos económicos aplicados a finalidades religiosas en ambas zonas. Obviamente, esto se hizo en perjuicio de otras inversiones en obras de utilidad general, como caminos y escuelas, por lo que vino a constituir otro factor de atraso.
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La asociación de la iglesia con el poder temporal no sólo significó para la acción religiosa la seguridad de contar con todo lo que el estado pudiera darle, sino además, su adhesión y fidelidad permanente a los objetivos de perpetuación del dominio colonial y de mantenimiento de la organización oligárquica. También le aparejó la aristocratización de sus altas jerarquías, lo que la puso frecuentemente en oposición a las aspiraciones e intereses de los más humildes componentes de su grey. Esta es la causa de que tantas veces, en América católica el alto clero se haya visto envuelto en crisis políticas graves, y de que por reacción surgiera un laicismo militante típico de estos países. En la América protestante en cambio, los dirigentes de las distintas sectas, al situarse al margen de la estructura del poder político, pudieron cuidar mejor su posición y ejercer un control más eficaz justamente por ser más informal.

El estilo diferente de la propaganda religiosa, en un caso llevada de consuno con el brazo secular, y en el otro por medio del estímulo a la acción comunitaria, hizo que la acción de la Iglesia católica fuera apreciada como teñida de fanatismo. Este tuvo en el mundo puritano una entidad equivalente, pero allí no resulta tan ostensible por disolverse en las responsabilidades colectivas. La obra misionera incluso, al emprenderse en la América católica con el fervor propio de una religión de conquista, sería una fuente constante de conflicto con los colonizadores cuyos intereses afectaba, mientras que en la América protestante no se observa un fenómeno de este tipo. También esto es demostrativo del carácter salvacionista de la estructura imperial en que la Iglesia católica se hallaba inserta.

Otra expresión de esta oposición fue el vigor fanático del celo catequista católico. Pretendiendo dar al mundo y a los hombres una configuración acorde a la de la cristiandad creó las reducciones jesuíticas, tan admirables en tanto que generosas concreciones de la utopía platónica y a la vez tan lamentables por su carácter artificioso y por significar para los indios una sujeción aún más dura que las otras. Lo paradójico es que en la América protestante, donde no hubo una acción misional rigurosa y extensa como en la otra América, la religión ha sido más ortodoxa que el catolicismo latinoamericano; se ha generalizado como una religiosidad popular más activa y menos impregnada de sincretismos, pero a la vez, más intolerante.

Otros factores de diferenciación derivados del proceso de formación nacional de los pueblos trasplantados, son la discriminación y la segregación, frente a la integración y a la expectativa de asimilación de todos los contingentes constituyenies de la etnia por medio del mestizaje, de las otras configuraciones históricoculturales. Estas diferencias pueden apreciarse hoy nítidamente, en los tipos de preconceptos raciales prevalentcs en las dos áreas. Uno es el preconcepto de origen, que recae sobre el individuo que tiene antepasados negros conocidos cualquiera sea su fenotipo, como ocurre en los Estados Unidos; y otro, característico de los pueblos nuevos, el preconcepto de marca, que discrimina al individuo de acuerdo a la intensidad de sus rasgos negroides,
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pero para el cual los mulatos claros se incluyen en el grupo socialmenie blanco (Oracy Nogueira, 1955), como ocurre en los pueblos nuevos y los pueblos testimonio.

Otra diferencia radica en la proporción de los contingentes marginales a la vida económica, social y política de la nación. Estos presentan el carácter de grupos distinguidos del punto de vista cultural, principalmente neoindígenas y mestizos, en los pueblos testimonio, y el de grupos socialmcnte distinguidos, por lo general, compuestos por neoafri-canos o sus mulatos en los pueblos nuevos. Se hallan siempre presentes en cada etnia nacional, a veces, como la porción mayor de su población dentro de las formaciones señaladas, en cambio aparecen como minorías raciales bien definidas en los pueblos trasplantados. Aquí también, más que de un factor causal estamos en presencia de uno de los resultados del proceso de formación que hizo que los pueblos trasplantados del norte compusieran sociedades más igualitarias en lo social, más progresistas en lo económico y más democráticas en lo político. Pero también se volvieron más discriminatorias y segregacionistas en consideración a las particularidades raciales. Este último factor no sólo frustró la constitución de un sistema sociopolítico efectivamente democrático en los Estados Unidos, sino que además ha desencadenado en las últimas décadas, innúmeras tensiones disociativas que ya casi llegan al grado de una guerra racial interna.

Desarrollo y estancamiento no deben mirarse como situaciones consolidadas e inmodificables, sino como el efecto de componentes dinámicos que han modelado a los pueblos de cada configuración histórico-cultural abocándolos a una problemática específica. Ha resultado de ello un nuevo factor de diferenciación, consistente en la división del continente americano en un núcleo de elevado desarrollo, y un conglomerado de pueblos subdesarrollados.

Entre ambas regiones las relaciones presentan el cariz de las cumplidas entre sociedades ubicadas en distintas posiciones económicas: una se halla en el nivel de las formaciones imperialistas industriales, y las otras en la situación de territorios sometidos al dominio neocolonial. Estas relaciones, al implicar indefectiblemente el despojo de las naciones atrasadas, resultan fecundas en conflictos de intereses y tensiones. Los Estados Unidos se han erigido en los mantenedores de un sistema extremadamente fructífero para sus empresas, que le resulta conveniente además a su posición política en el continente y en el mundo. El estudio de esta polarización es de primordial importancia, ya que cualesquiera sean los caminos que sigan en su desarrollo los pueblos latinoamericanos, no podrán emprenderlos sin sopesar la fuerza intervencionista de los Estados Unidos, la naturaleza imperativa de sus compromisos de gran potencia mundial y el peso de los intereses que han invertido en esta su zona de influencia.

Además de los citados bloques étniconacionales del norte y del sur configurados como pueblos trasplantados encontramos a lo largo del continente y enclavados en las restantes configuraciones histórico-culturales varios bolsones que presentan las características propias de
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éstos. Entre otros, los amplios manchones de colonización europea en el sur de Brasil, en Costa Rica y en Chile. Cada uno de estos conjuntos formados predominantemente por poblaciones europeas trasplantadas, compone una variante de sus respectivas etnias nacionales, y han tenido una función de agentes dinámicos de importancia muchas veces decisivas en el desarrollo de las mismas.
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