Friday, June 11, 2010

LAS DIFICULTADES DEL NACIMIENTO DEL ESTADO-NACION EN AMÉRICA LATINA DURANTE EL SIGLO XIX.



   Si de algo estamos seguras al iniciar este trabajo es que lo planteado por Oscar Oszlak en sus lineamientos conceptuales para la conformación del Estado y sus cuatro puntos, en lo que respecta a América Latina, puede comprenderse como una dispersión.
    Al tomar contacto con la bibliografía requerida para realizar este análisis personal y, por lo tanto subjetivo, comprobamos que los pueblos de América que han logrado establecerse como Estados nacionales son la excepción. Que les fue igualmente difícil imponer el gobierno nacional y sostenerlo ante las diversas presiones no sólo internas sino también  externas de las potencias, en particular Inglaterra.
   Se impuso la hegemonía comercial y parcialmente política de Gran Bretaña, seguida de cerca por Francia y Estados Unidos, estableciendo su dominación indirecta o semicolonial. Así sustituyó el colonialismo español y el portugués que en un primer momento habían regido los destinos de América Latina.
   Nos es preciso remarcar que, a nuestro entender, el problema de la conformación del Estado nacional en los distintos pueblos americanos se establece desde el principio del período estudiado (transcurso del siglo XIX). Nuestro punto de vista al respecto es que, esta situación se plantea de esta manera, debido a que hasta antes del año 1808 los habitantes del territorio americano no tenían en su imaginario la idea de unidad como pueblo. Uno de los motivos por lo que esta situación comienza a mostrárseles de otra manera fue el hecho de ver que si bien eran parte del reino español, éste no los tomaba como parte de sí sino como una colonia. Con esto no se quiere decir que el pueblo americano tomó conciencia de la unidad que necesitaba para establecer gobiernos independientes, sino que simplemente era un paso necesario y en América Latina es lo que más cuesta establecer. Esta puede ser una de las razones más fuertes  por la cual la constitución de gobiernos propios se convierte en un largo proceso en la mayoría de los países de América.
   Igualmente, las primeras manifestaciones en contra del colonialismo español se dan en las ciudades, entre una porción de hombres letrados o no, influenciados por lo que ocurre en el contexto internacional, y se torna difícil que ciertas ideas lleguen al interior.
   Aunque los levantamientos de las clases más bajas fueron una característica particular de las luchas por la independencia, en ningún lugar de América Latina fueron las clases populares las que determinaron la llegada de los gobiernos propios. Esto se debe especialmente a la falta de ideas claras y de unidad entre los miembros de la sociedad. Además muchos levantamientos eran débiles y no contaron con el apoyo necesario de los criollos, no sólo por  la falta de dirigentes fuertes sino también por la escasa difusión de sus objetivos.   
  Luego de los movimientos revolucionarios de independencia no terminaron las dificultades iniciales por establecer la autoridad local en los distintos territorios, sino que se produjeron nuevas luchas.
   Éstas estuvieron signadas por las diferencias en los intereses que tenían los distintos sectores que conformaban la estructura social. Así como también la disparidad en la organización y relaciones de los pueblos americanos entre sí.   
  Oszlak establece que la formación del Estado está ligada al desarrollo particular de ciertos elementos como ser: las fuerzas productivas, los recursos naturales disponibles, el tipo de relaciones de producción, la estructura de las clases y la inserción de la sociedad en la trama de relaciones económicas internacionales. También se supone la adquisición de una serie de propiedades que nos parece preciso establecer:
1.    Capacidad de externalizar su poder, obteniendo el reconocimiento como unidad soberana dentro del sistema de relaciones interestatales.
2.    Capacidad de institucionalizar su autoridad.
3.    Capacidad de diferenciar su control, a través de la creación de un conjunto de instituciones publicas con reconocida legitimidad para extraer recursos de la sociedad civil, con cierto grado de profesionalización de sus funcionarios y cierta medida de control centralizado.
4.    Capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social que permiten el control ideológico como mecanismo de dominación.
  Al tomar la postura que establecimos anteriormente podríamos elegir varios países de América Latina para realizar la comparación necesaria, pero se toman algunos considerados como los más relevantes. Los datos relevados corresponden a México, Costa Rica, Haití, Perú, Guatemala, Venezuela (como país de contraste), etc.
   El primer inconveniente para lograr una hegemonía en algún pueblo de América Latina fue lo referido a la estructura social, ya que creemos que es poco probable que se constituya un estado si antes no existe una integración entre sus pobladores. La conformación de la estructura social estaba dominada por grupos étnicos muy diferentes entre sí, diferentes en todos los aspectos que deberían compartir para lograr la calidad de nación. Éstos son de diversa índole, como las costumbres, la religión, los intereses, los proyectos, etcétera.
   En cuanto a lo dicho podemos tomar como punto de partida las diferencias marcadas entre los nativos, los criollos y los españoles peninsulares. Si bien éstos últimos habían logrado imponer la religión católica por medio de la evangelización y la fuerza, los nativos tenían sus creencias bien arraigadas como para que las ideas del catolicismo penetraran definitivamente. Y si lograron hacerlo fue por las similitudes que ellos mismos encontraron con sus propias creencias, no así por pura convicción o devoción a un credo que, en definitiva, era el de los que habían destruido sus viejas instituciones morales y religiosas.
   Otra diferencia entre cada una de los tres grupos sociales en México era que cada uno tenía un status dentro de la sociedad. Lo que implica diferentes obligaciones fiscales y costumbres, ya que los grupos menos favorecidos, al verse desplazados de ciertas actividades de la vida social y política, optaron por establecer comportamientos y sentimientos distintos de los del resto, incentivado esto por la posesión de derechos civiles y prerrogativas sociales y económicas también distintas.
   Entre los blancos existían marcadas y peligrosas diferencias debido a la convivencia de españoles nacidos en América (criollos), que eran los más numerosos en este sector y los españoles peninsulares (nacidos en España), que formaban la elite administrativa de la colonia ya que ocupaban los cargos gubernamentales y militares  más altos. Aquí puede deducirse que si bien estos últimos residían en este continente, tenían su mirada puestas en España. Esto traía aparejado los distintos intereses y proyectos que tenían para América.      
  Esta elite europea controlaba el gobierno, el ejército, la iglesia y la mayor parte del comercio exterior, así como la producción vinícola y textil del país. Más abajo en la escala social se encontraban los mineros, comerciantes y los propietarios agrarios, la mayoría de los cuales eran criollos y constituían la elite natural.
   Los pequeños comerciantes, los hacendados de posición media, los mineros menos ricos y los oficiales inferiores en los diversos cargos, formaban lo que se puede denominar como la burguesía. Éstos, aunque eran privilegiados respecto a la gran mayoría de la población, se sentían discriminados cuando se comparaban con  los peninsulares y la elite criolla, siendo el elemento que pesaba más en la tensión política la conciencia que tenía la burguesía de la imposibilidad de promocionarse económica y socialmente.
   El hecho que los aborígenes fueran segregados y discriminados de todos los aspectos de la vida social fue una constante en  los países de América Latina. Estaban profundamente separados de las clases privilegiadas por la legislación, las costumbres y por su pobreza. Sin posibilidad de beneficiarse con la movilidad social. Eran excluidos por la ley, de los cargos públicos y eclesiásticos y hasta tenían prohibido vivir en los mismos barrios que los europeos. Pero, de todos modos, estaban sujetos al pago de tributos.
   Estas diferencias tan marcadas en los intereses de uno y otro sector social, ya sean de índole política, social o económica, quizás sea una de las razones por las cuales los levantamientos producidos en contra del régimen colonial y a favor de la formación de un gobierno independiente, no tuvieran la repercusión que necesitaban para que se de una insurrección en masa, por que la elite centroamericana sólo aspiraba al desarrollo del comercio, la navegación y la agricultura, no correspondiéndose con los intereses de los demás grupos.
   Se produjeron cuatro rebeliones sin demasiada importancia y de poca dimensión. La primera tuvo lugar en El Salvador (1811), la segunda en Granada (1811), la tercera nuevamente en El Salvador (1814) inspirada por el levantamiento de Morelos, y la más importante tuvo lugar en la ciudad de Guatemala. Todas estas rebeliones fueron rápidamente aplastadas. 
   Esta falta de conciencia de unidad es una de las cuestiones que trunca las posibilidades de que se formen las bases para la integración social del pueblo en general. ya que los pocos ejemplos que se presentan de un intento de acercamiento de los sectores sociales dejan entrever que cuando existió tal unidad, fue en función de alianzas para sus propósitos, aunque fueran por un corto período de tiempo. Como por ejemplo la alianza que se suscitó en Guatemala entre los dirigentes de la elite criolla y los letrados pobres y miembros de profesiones liberales, criollos, a quienes se les negaba un empleo a causa de sus ideas políticas o de su lugar de nacimiento. Esta alianza llevaría a Guatemala a independencia en 1821. Otro ejemplo de este tipo, mucho más importante, fue el de Venezuela. Aquí, antes de que se reuniera el Congreso en 1811, la revolución creó un cuerpo deliberante: La Sociedad Patriótica de Caracas, donde estaba el ala
más activa de la burguesía comercial y agraria, así como también los representantes de otros grupos sociales, incluidos los pardos. Pronto se convirtió en foro para algunos, como el joven Simón Bolívar.
   La disparidad entre los grupos no sólo se debía a su poca integración social, sino que existan también variadas y profundas diferencias en los intereses económicos de unos y otros, siendo los más relevantes los de aquellos que poseían mayor poder dentro de la escala social.
   Los factores económicos fueron una de las fuentes más importantes en cuanto se constituyeron como elementos de presión de los grupos dominantes y de las potencias extranjeras.
   Lo que se necesitaba para América era un sistema que rompiera definitivamente con la dependencia colonial, respecto de España y  también, que se garantizara cierto grado de estabilidad social y de protección de la propiedad junto con el progreso de la sociedad en general.
   El comercio directo con México vía Cuba existió durante largo tiempo, así México nunca quedó afuera de la marina española y, como consecuencia de ello, el comercio extranjero que existía se mantuvo a pesar de la crisis con la metrópoli.              
   España obtenía productos a partir del comercio directo con sus colonias y el hecho de que éstas aspiraran a ser soberanas implicaba un cambio en la situación económica de la metrópoli. Por ello España imponía una serie de restricciones, teniendo en cuenta la política del libre comercio que pretendía establecer Gran Bretaña.
   Debido al tipo de recursos naturales con los que contaba todo el territorio americano, con sus particularidades regionales, España no solo se abastecía de los productos sustraídos de América, sino que gran parte de su economía se sostenía gracias a la comercialización de los mismos. 
   La colonización ibérica impidió la formación definitiva de una burguesía empresarial latinoamericana ya que se mantuvo a la población en un riguroso control. Se le dio supremacía a la clase terrateniente y se frenó el impulso de las manufacturas. Las distintas guerras de independencia destruyeron no solo el predominio español sino también los medios de producción existentes, lo que acentuó la ruina de la burguesía y favoreció el auge del feudalismo militar, incompatible con la integración nacional sobre bases burguesas.
   Se produce, entre 1830 y los decenios siguientes a 1850, la hegemonía semicolonial inglesa, que se distinguió por el carácter encubierto de los mecanismos de presión aplicados a los países de América Latina. Este semicolonialismo pasó de una etapa de explotación y exportación de mercancías a otra, fundamentalmente inversionista, de control de los recursos naturales y de los medios de producción.
   Los pocos casos de desarrollo de industria nacional en América pueden verse reflejados en países como México, donde la industria textil se encontraba desarrollada, con centenares de telares y miles de obreros. Lo mismo sucedía en Perú, Chile, Río de la Plata y Brasil, Centro América, Venezuela y Nueva Granada. Pero la invasión de productos de Inglaterra arruinó el desarrollo de las manufacturas locales en aquellas partes donde no se opusieron barreras protectoras por falta de cohesión política o simplemente por responder a los intereses extranjeros. Solo existieron unos pocos reductos de nacionalismo económico que resistieron a tal avance, como ser el caso de Paraguay y, en menor medida, Uruguay.
   Inglaterra no solo tenía el empeño por conquistar los mercados latinoamericanos para sus productos, sino que siguió una política encaminada a dominar el elemento geopolítico en América. Para ello se concentró en tratar de dominar los puntos estratégicos como ser la desembocadura de los grandes ríos del continente, sobre todo el río de la Plata.
   Por ello no es casual que entre 1826 y 1828 promoviera la independencia de Uruguay, valiéndose de su condición de Estado débil a través del cual su influencia podría penetrar en el continente, habida cuenta de los obstáculos nacionalistas erigidos por Paraguay y por la Argentina de Rosas. Este tipo de presiones de los intereses comerciales internacionales contra el nacionalismo paraguayo, por ejemplo, son los que habrían de provocar la guerra de la Triple Alianza.
   Así actuarían como una plaga en todo el continente, con sus aliados, favorables a la penetración económica extranjera. Mayormente pertenecientes a grupos y partidos liberales, con sus denominaciones varias en los distintos países: liberales en México, América Central, Nueva Granada, Chile, Perú; Unitarios en Argentina; Colorados en Uruguay. Éstos luchaban por los intereses terratenientes que producían para el mercado exterior, estableciendo su mayor fuerza en los puertos y las costeras. Por el contrario las provincias del interior eran la base de las corrientes políticas opuestas a la penetración de los comerciantes extranjeros, eran conservadoras, nacionalistas y populistas, reflejando los intereses de los latifundistas tradicionales.
  En Guatemala y en otros países donde las condiciones ambientales lo permitieron, se implantó un sistema latifundista, basado en la abundante mano de obra agrícola y en el poder económico de los dueños de las tierras. Por ello el pensamiento conservador tenía un asidero muy importante. Costa Rica representa socialmente el extremo opuesto a Guatemala, con una región escasa de población indígena colonizada por descendientes de españoles dedicados a la agricultura, en explotaciones de tamaño mediano y pequeño. Salvo en este país, el orden liberal excluía a la inmensa mayoría de la población, no sólo de los beneficios derivados del crecimiento económico sino también de toda participación política.
    Las masas campesinas jamás acabaron de aceptar la nueva pauta de dominación, y el abismo cultural, económico y social entre dominantes y dominados se hizo más grande que nunca. En semejantes circunstancias es poco probable que se puedan edificar naciones modernas que sean viables, o estructuras políticas que gocen de estabilidad.
 La oligarquía latifundista mide el poder en kilómetros cuadrados de soberanía y propiedad, por lo que influyen en los militares y los políticos para que ellos, a su vez, le asignen importancia y protección. 
 En el caso de los países del Pacífico, se trata más de recursos naturales y los grupos interesados en pugna son más comerciantes que terratenientes.
  En todos y cada uno de estos diferentes casos intervienen los imperialismos financieros y buscan su propio provecho en medio de los roces internos que dividen a la comunidad latinoamericana propiciando, la mayoría de las veces, el apoyo a la facción de un país que sea acorde a sus intereses. A esto debe sumársele que los gobiernos latinos se fueron haciendo cada vez más dependientes de la financiación extranjera para la realización de cualquier tipo de maniobra. Se sucedieron los empréstitos a los diferentes países que conllevaron a una deuda imposible de solventar, no sólo por la falta de estabilidad financiera, sino también por la incapacidad de los dirigentes por revertir esta situación.      
  A nuestro entender la conformación y consolidación de un Estado nacional debe estar respaldada por un poder político fuerte pero por sobre todo, por un poder económico que le permita tomar las decisiones pertinentes en el desarrollo del gobierno de un país, sin depender de ningún grupo, extranjero o no, para no correr con el riesgo de tener que ceder ante las presiones de dichos sectores. En América Latina no se pudieron establecer instituciones de poder y administrativas que contaran con legitimidad debido a la constante influencia externa, restándole soberanía a los distintos territorios.
   La consecuencia inmediata fue que los  gobiernos de turno tuvieron que convivir con las constantes intervenciones suscitadas a partir de la falta de control sobre los países de América Latina.
  Donde se denotaron claros rasgos de participación imperialista fueron en los conflictos que se suscitaron entre los mismos países latinos, los más relevantes son la guerra de la Triple Alianza y las guerras del Pacífico.
   El capital extranjero, especialmente británico, apoyaba a ciertos beligerantes contra otros a fin de terminar con los baluartes nacionalistas y poder extender su esfera de dominación y explotación, ya que el capitalista extranjero que participa directamente en la vida económica de un país pretende que esta vida se desenvuelva en conformidad con sus propios intereses y le ofrezca seguridad.      
   Por ello es que usará toda su influencia, a través de presiones y sobornos, para que la política del país se ajuste a las exigencias de los grupos poderosos.
    Los capitalistas extranjeros y la oligarquía terrateniente  y comercial autóctona coincidían en promover una política nacional conservadora que definiera los privilegios financieros y  latifundistas.
   La propiedad de la hacienda que produce para la explotación es nacional. La propiedad extranjera, en cambio, aparece en los servicios públicos y en el sistema financiero y de comercialización. De este modo las empresas extranjeras lograban integrarse verticalmente desde la etapa de comercialización hasta el consumo en el exterior. Esto va a significar que la política de ventas y financiamiento de la producción está en manos extranjeras. Pero existe además un poderoso grupo de interés nacional que recibe una parte importante del excedente de la actividad exportadora: de aquí surge un grupo social que puede gastar e invertir ese excedente en el país, y ayudar a cambiar su estructura financiera, pero éstos casos fueron los menos y no lograron la importancia necesaria, cediendo muchas veces a las presiones y acuerdos con el  extranjero.
   La industria en los países grandes había crecido en forma significativa. Los trabajadores habían creado instituciones para defenderse, pero ¿de quiénes?; ya que sus luchas habían dado origen a un importante conjunto de leyes sociales y a un creciente papel del estado en cuestiones laborales.
   No obstante, las doctrinas de los movimientos de antes de 1930 generalmente perdieron terreno ante los movimientos estatistas que dominaron la política en la mayor parte de América Latina.        
 Las  sucesivas intervenciones dejaron como resultado la penetración de ciertas ideas políticas y económicas en la sociedad de América Latina, que se desgarraba por los intereses contrapuestos de los distintos grupos dominantes.
 No existía una idea de unidad que alce a la mayoría de las naciones para resguardarse de la presión externa.   No estamos haciendo referencia solo a los movimientos encubiertos de las potencias, sino que existieron casos en donde la intervención fue directa, sin ningún tipo de interés por la soberanía de los países latinos, pisoteando las instituciones poco legitimadas y haciendo caso omiso a su posición como estado independiente en el contexto internacional.  
   La intervención francesa en México, las intervenciones norteamericanas en Centroamérica y el Caribe, las intervenciones españolas en Santo Domingo y Sudamérica y las numerosas intervenciones inglesas en el continente como en la ya mencionada guerra de la Triple Alianza y las guerras del Pacífico, son un claro ejemplo de ello.
   Se multiplicaron las intromisiones de las potencias en los asuntos internos  para ampliar su dominio y su poder ante los países de América en los cuales  los movimientos patriotas no habían adquirido la suficiente fuerza y respaldo como para hacer frente en tales circunstancias.
   Según nuestro criterio una de la más importante razón por la cual los países de América cayeron bajo la dominación extranjera, a través de todas las etapas de su formación, es que se suscitaron inevitables problemas entre los diversos países que estaban surgiendo a la vida soberana.
   Estas diferencias entre los vecinos americanos se reflejaron en las distintas ideologías que tenían unos y otros. Tomando como ejemplo los grupos que dominaban la escena política y social, los portavoces de los conservadores y los inspirados por una ideología de índole liberal.
   Muchas veces los grupos dominantes contaban con una característica particular y un tanto ambigua; eran conservadores en lo político pero liberales en lo económico, según fueran sus intereses o los de los grupos que representaban.
   En muchos países de América, mientras se advertía que los grupos insurgentes elaboraban una filosofía política nueva aprendida en obras de autores influenciados por la Revolución Francesa que los liberara de la sumisión, los conservadores trabajaron desde adentro del sistema para influir en él tratando de conservar su poder, constituyéndose poco a poco en la derecha del sistema político en los distintos países latinoamericanos. Actuaron en la vida política para defender y consolidar sus posiciones. El liberalismo era para ellos el caos, la insolencia de las clases populares.
   Así las diferencias ideológicas y la falta de acuerdos sobre los lineamientos generales acerca de la metodología a seguir entre las naciones latinas tuvieron distintas  consecuencias. Una de la que podemos dar cuenta es el enfrentamiento ideológico y diplomático, en América del Sur, entre los dos libertadores, Bolívar y San Martín, porque el libertador argentino concebía la libertad de los pueblos según los patrones de la masonería británica, y su espíritu era menos revolucionario que el del venezolano. Mientras que Bolívar insistía en el republicanismo y en la ruptura con todo poder político externo.
   Ambos eran partidarios de aceptar a Gran Bretaña como futuro socio comercial, pero el prócer argentino se inclinaba más en escuchar los consejos del Foreign Office con respecto a la estructura política futura de América Latina.
   Resulta, por tanto, poco probable que cuando los Estados  no se respetan a sí mismos como pueblos soberanos, cuando no se logran los acuerdos necesarios dejando las diferencias de lado y actuando para alejar las intervenciones extranjeras, se puedan establecer las bases para la formación de Estados legitimados en el marco internacional, y esta es la causa por la que las diferentes potencias siempre vieron al territorio americano sólo como colonias de las cuales abastecerse y sobre las cuales  actuar para que sean funcionales  a sus intereses.          
             
               
BIBLIOGRAFIA

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