Tuesday, June 8, 2010

EL PROYECTO AMERICANISTA DE LOS REVOLUCIONARIOS DE LA INDEPENDENCIA Hugo Chumbita



Publicado en el libro Latinoamérica y Argentina hacia su segunda independencia, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2007.


    


            Ante el segundo centenario de la revolución de la independencia, creo que la conmemoración debe rescatar el sentido americanista que tuvo para sus principales protagonistas, en el momento en que la causa era la misma en todo el sur del continente y la emancipación era el llamado a cambios trascendentales: no sólo abatir la dominación colonial, sino fundar una nueva sociedad. El liberalismo revolucionario de los patriotas postulaba organizar un gobierno constitucional que podía adoptar diversas formas, pero su condición básica era la solidaridad del conjunto del pueblo ciudadano, lo cual exigía eliminar la opresión de las castas e integrarlas al proyecto reivindicando una identidad nacional, que se basó desde el principio en los orígenes indoamericanos. 

       Un estudio completo del tema requeriría abarcar el proceso independentista a partir de sus inicios y en todos los países desde México al sur, aunque nuestro enfoque se centra en algunos actos e ideas del movimiento emancipador en la parte austral del continente.     

       También es evidente que en el seno del movimiento, y especialmente en sus niveles dirigentes, anidaba desde el comienzo una corriente contrarrevolucionaria que frenó y desvirtuó sus objetivos. Las fuerzas conservadoras, los intereses mercantiles y las presiones del exterior tendían a reducir sus alcances a un mero recambio en el seno de las elites dominantes, condujeron a fragmentar las nuevas repúblicas y terminaron subordinándolas a un sistema neocolonial. Sin embargo, aunque éste haya sido el desenlace, no se puede ignorar que los propósitos de los patriotas más decididos de aquella generación marcaron un camino muy diferente, en el que se aunaba la perspectiva de la unión continental, la apelación indoamericana y la lucha por la igualdad.

El conflicto étnico en la sociedad colonial

            La dominación colonial se basaba en el régimen de castas y la aberrante institución de la “pureza de sangre”, que otorgaba los privilegios del poder y la riqueza a los españoles europeos y (en principio, con restricciones de hecho) a sus descendientes, los “españoles americanos”, asignando un status inferior a los demás grupos étnicos: los indígenas, sujetos a tutela como incapaces, los esclavos, considerados piezas de comercio, y las diferentes capas de mestizos  resultantes de los cruzamientos entre blancos, indios, negros y otros “pardos”, que por lo general habían llegado a constituir la mayoría de las poblaciones. La prueba de la pureza de sangre excluía además a quienes tuvieran ascendencia de judíos, moros u otros paganos, incluso protestantes y herejes, lo cual afectaba en América a un importante sector de descendientes de “conversos” españoles y portugueses que se dedicaron sobre todo al comercio.         

            Uno de los factores más poderosos que movilizaron en la revolución a gente de todas las clases sociales fue el rechazo de estas injustas discriminaciones. Los campesinos indios y las tribus que se sumaron a la causa, los esclavos que se hicieron soldados, los gauchos y llaneros de los ejércitos y montoneras patriotas, luchaban sin duda por su propia liberación. Pero también entre los líderes civiles y militares es posible advertir -aunque el asunto ha sido insuficientemente estudiado- la propensión revolucionaria de los criollos mestizos y de los hijos de familias que no entraban en el canon aristocrático de la pureza de sangre.

            Las continuas rebeliones de indios y de esclavos habían jalonado los tres siglos de la era colonial en diversos puntos de América. La primera revolución independentista fue en 1804 la de los negros y mulatos de Haití, que más tarde inspiraron y auxiliaron la campaña de Simón Bolívar. En cuanto a las sublevaciones indígenas, basta mencionar que la de Túpac Amaru en 1780 (aunque hay historiadores como Halperín Donghi, que la considera sólo un episodio “vistoso” que tuvo efectos contraproducentes [1]), sumó importantes sectores mestizos y se extendió hasta las provincias del Tucumán, preparando los ánimos independentistas [2]; es sintomático al respecto que los primeros patriotas montevideanos de 1810 asumieron decididamente el nombre de tupamaros.

            Juan José Castelli y Mariano Moreno fueron a estudiar en la Universidad de Chuquisaca cuando aún estaba viva en el Alto Perú la experiencia de la insurrección y su terrible aplastamiento. El joven Moreno, en la "Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios" leída en 1802, denunciaba el yugo de la mita, "el insufrible e inexplicable trabajo que padecen los que viven sujetos a este penoso servicio", y propugnaba aplicar "el sagrado dogma de la igualdad" [3]. Asimismo, abogando en la Representación de los Hacendados de 1809, se atrevió a censurar la esclavitud de los negros, “hombres que la naturaleza ha hecho iguales”.

            Los mestizos, estigmatizados por la ilegitimidad de su origen, carecían de un lugar establecido en el régimen colonial, donde eran más bien una anomalía jurídica. Ello entorpecía su adaptación al orden legal y creó vastos sectores marginales en la sociedad indiana. Uno de los más revulsivos fue el de los gauchos o vaqueros de las áreas ganaderas, “hombres sueltos”, “sin rey ni ley” como los definió Félix de Azara, pues su existencia libre en espacios desérticos les permitía eludir el sometimiento a la autoridad. Estos “descastados” (generalmente mestizos por su origen racial, pero sobre todo por la mixtura cultural con las tribus ecuestres) nutrieron la caballería de los ejércitos de la independencia en los dos focos revolucionarios más dinámicos del continente -las pampas del Plata y los llanos grancolombianos-, constituyendo un factor decisivo de los triunfos militares sobre los españoles [4].   

El Plan de Operaciones: Moreno y Artigas

            Aún bajo la "máscara de Fernando", el proyecto de la revolución se fue definiendo inequívocamente en las provincias del Río de la Plata. Ante todo con el Plan de Operaciones de la Primera Junta, y luego con las expediciones militares al interior, la Asamblea del Año XIII y el Congreso de Tucumán.

            Una de las decisiones iniciales de la Primera Junta, que Moreno instrumentó como secretario de Gobierno y Guerra, se refería a la organización de las milicias, que fueron el brazo armado de la Revolución de Mayo. El 8 de junio de 1810, Moreno convocó al Fuerte de Buenos Aires a los oficiales indios, que hasta entonces habían estado agregados al "cuerpo de castas de pardos y morenos", y les comunicó que debían incorporarse con sus milicias a los regimientos de criollos, "alternando con los demás sin diferencia alguna y con igual opción a ascensos" [5].

            El Plan que, por iniciativa de Manuel Belgrano, se encomendó redactar a Moreno (del cual fueron encontradas varias copias en archivos de diferentes países) es hoy reconocido como auténtico por la generalidad de los historiadores, a pesar de las impugnaciones de quienes se negaban a aceptar la profundidad del proyecto revolucionario.

            Su texto define “las operaciones que han de poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrección”; afirma reiteradamente seguir las lecciones de “las grandes revoluciones” de la historia; contempla diversas medidas respecto a la Banda Oriental, Paraguay, Perú y Brasil, y se refiere a la organización del “Estado Americano del Sud”, esbozando así el prospecto de una gran revolución sudamericana [6].

            Asimimo, el Plan recomienda con urgencia que el gobierno sancione y publique “el reglamento de Igualdad y Libertad entre las distintas castas que tiene el Estado”, porque siendo “todos los hombres descendientes de una familia, adornados de unas mismas cualidades, es contra todo principio o derecho de Gentes querer hacer una distinción para la variedad de colores”.

            A continuación, prevé dictar “el reglamento de la prohibición de la introducción de la esclavatura, como asimismo de su libertad con las circunstancias que tenga a bien establecerlo, pero siempre protegiendo a cuantos se acojan a nuestras banderas, declarándolos libres a los unos si sus amos fueren del partido contrario, y a los otros [aquellos cuyos amos fueren del bando patriota] rescatándolos con un tanto mensual de los sueldos que adquieran en la milicia, para de esta forma no descontentar a sus amos”.

            El Plan proponía también movilizar a los gauchos. El artículo 2° contempla la sublevación de la campaña de la Banda Oriental y el ataque al bastión realista de Montevideo, lo cual requería ganar para la causa a los capitanes José Rondeau y José Artigas, refiriéndose especialmente a este último, a sus hermanos y primos y a otros individuos de acción como hombres con ascendiente entre el gauchaje, “capaces para todo”. Esta parte del Plan se supone inspirada directamente por Belgrano, quien conocía el interior de la Banda Oriental por la estancia que tenía allí su padre. Y aunque los términos con que califica a los gauchos trasuntan cierta desconfianza hacia quienes -como el mismo Artigas- habían participado en actividades clandestinas y el contrabando de ganado al Brasil, queda claro que se les asignaba un papel primordial en las operaciones revolucionarias.

            Artigas fue efectivamente atraído a la causa, dirigió la prevista insurrección rural con sus montoneras -y con la estrecha colaboración de los indios- e incluso tentó la posibilidad de extender la revolución al sur del Brasil, según lo contemplaba el Plan. Fue, además, el fundador del movimiento federal con una explícita perspectiva americanista, promovió la autonomía de los guaraníes conducidos por el comandante Andresito en la provincia misionera, e impulsó una transformación agraria que debía distribuir entre los más necesitados las tierras confiscadas a los enemigos.

Belgrano, Castelli, Monteagudo: patria e igualdad


            El principio liberal de igualdad adquiría una dimensión especial en América, y la expulsión de los conquistadores conllevaba lógicamente la reivindicación de los pueblos originarios.

            En la expedición al Paraguay, al atravesar la zona misionera, Manuel Belgrano incorporó muchos guaraníes a su ejército y, desde el cuartel general de Curuzú-Cuatiá, promulgó un generoso reglamento para los pueblos de las Misiones. El estatuto del 30 de diciembre de 1810 les reconocía la igualdad civil y política, les eximía de tributos y mandaba distribuir tierras y crear escuelas [7].

            Siguiendo instrucciones de Moreno y comandando el Ejército del norte, Castelli proclamó en el Alto Perú la solidaridad con los indios, a los que la Junta liberaba de los antiguos tributos y reconocía la dignidad de ciudadanos. En los días de la redacción del Plan de Operaciones, Moreno escribía a Feliciano Chiclana, auditor de aquel ejército: “por Dios, que Potosí quede bien arreglado; que empiecen  los naturales a sentir las ventajas del nuevo sistema... que se fomente en todos los pueblos el odio a la esclavitud” [8].

            En el acto celebrado en las ruinas precolombinas de Tiahuanaco el 25 de mayo de 1811, a las que se convocó a los naturales para "estrecharnos en unión fraternal", Castelli rindió homenaje a la memoria de los incas e incitó a vengar sus cenizas. Su secretario Bernardo de Monteagudo leyó los decretos que ponían un plazo perentorio para cortar los abusos contra los indígenas, repartir tierras, dotar de escuelas a sus pueblos, eximirlos de cargas e imposiciones y asegurar la elección de los caciques por las comunidades [9].

            Monteagudo, redactor de aquellas resoluciones, ideólogo y militante del grupo morenista que integró luego la Logia Lautaro, había sufrido en carne propia las discriminaciones contra los mestizos (en tiempos del Triunvirato de Rivadavia fue tachado para ser diputado por la "impureza de sangre" de su madre). Al declarar en el juicio contra Castelli por los sucesos del Alto Perú declaró que, pese a “la máscara de Fernando”, ellos luchaban por la causa que definió con elocuencia como "el sistema de igualdad e independencia". Al dar cuenta de su participación en las campañas de San Martín y de Bolívar en Chile y Perú, expresó la idea de que la patria de los revolucionarios era "toda la extensión de América" [10].

            Muchas tribus sumi­nistraron baqueanos, tro­pas auxilia­res y aprovisio­na­mientos para los ejércitos de la indepen­den­cia. En el Alto Perú, Belgrano in­corporó a sus fuerzas a millares de indios condu­cidos por sus curacas, y los alzamientos indígenas, desde Potosí hasta el Cuzco, contribu­yeron eficazmente a combatir a los realistas.

La Logia Lautaro, partido de la revolución americana

            La red de logias que se conocen como la Gran Reunión Americana, promovida en Europa por el precursor venezolano Francisco de Miranda con la colaboración de Bolívar, planeó la acción coordinada de los patriotas que se dirigieron a las ciudades más importantes de Sud América para impulsar la revolución. José San Martín se incorporó a la logia de Cádiz presidida por Carlos de Alvear y retornó a su país en 1812 como parte de esos planes.

            La logia que organizaron Alvear y San Martín en Buenos Aires tomó el nombre del caudillo araucano Lautaro, un sirviente de Valdivia, el conquistador de Chile, que aprendió de él las destrezas marciales de la caballería, se rebeló y le dio muerte, según la leyenda, dándole a beber derretido el oro que tanto lo obsesionara. Era una perfecta metáfora del desafío que asumían aquellos criollos formados en el ejército español al levantarse contra el opresor colonial (y si tomaron como emblema un “indio chileno”, según expresión de Vicente Fidel López, era porque para ellos no había diferencias entre indios y criollos, y menos entre argentinos y chilenos).

            La Asamblea del año XIII, controlada políticamente por la Logia Lautaro, declaró los derechos de igualdad ciudadana y dictó la libertad de vientres para terminar progresivamente con la esclavitud. Confirmando y ampliando una medida de la Junta Grande, que en setiembre de 1811 había eliminado el tributo de “los indios, nuestros hermanos”, se reconoció a los mismos como “hombres perfectamente libres y en igualdad de derechos a todos los demás ciudadanos”, quedando extinguidas la mita, el yanaconazgo y toda forma de servicio personal. La resolución se mandó publicar en guaraní, quichua y aimara [11].


          En aquellos días también se aprobó, entre otros símbolos de la nación en ciernes, el himno de López y Planes, cuyos versos anunciaban “ved en trono a la noble igualdad”  y sancionaban la idea de que la revolución venía a continuar y renovar la civilización incaica:

            Se conmueven del Inca las tumbas
            y en sus huesos revive el ardor
            lo que ve renovando a sus hijos
            de la patria el antiguo esplendor.


       El más íntimo colaborador de San Martín en la Logia, Tomás Guido, bautizó también con el nombre Lautaro a la primera fragata de la flota que llevaría al Ejército de los Andes al Perú. Completando el homenaje a la resistencia indígena americana, un bergantín de la misma flota se llamó Araucano, otro Galvarino y una goleta Moctezuma.

      En su correspondencia con Bernardo de O’Higgins, San Martín se refería a los países sudamericanos como “nuestra cara patria”, y a Guido le expresaba que él pertenecía a "el partido americano", lo cual era por cierto mucho más que una metáfora [12].

Manifestaciones indigenistas de San Martín

            En mayo de 1813, cuando organizaba sus escuadrones de granaderos, San Martín recibió en Buenos Aires un contingente de 261 reclutas misioneros, conducidos por cuatro oficiales guaraníes, quienes le plantearon la postergación que sufrían los nativos de aquella región, donde las promesas del reglamento de Belgrano permanecían incumplidas. El expresivo petitorio suscripto el 6 de mayo, que San Martín elevó al Triunvirato con su visto bueno, destacaba el honor de haberlo cono­cido y "saber que es nuestro paisano", solicitándole cursar este reclamo para que se advirtiera el "infeliz estado" en que se hallaban y "que desaparezcan aquellos restos de nuestra opresión y conozca nuestro benigno gobierno que no somos del carácter que nos supone y sí verdaderos americanos, con sólo la diferencia de ser de otro idioma" [13].

            San Martín era "paisano" de los misioneros por haber nacido en Yapeyú, y además -según documentos y testimonios que ahora conocemos mejor [14]- por ser hijo de madre guaraní, lo cual explica la íntima motivación de su regreso al país y sus actitudes hacia los pueblos aborígenes. "Yo también soy indio" les manifestó a los caciques pehuenches en un parlamento de 1816, cuando se comprometieron a ayudarlo a cruzar los Andes "para acabar con los godos que les habían robado la tierra de sus padres" [15].  

            En 1819, preparando su expedición al Perú, emitió un manifiesto en quichua convocando a los pueblos indios a la causa común: "Compatriotas míos, palomas, vástagos todos de los antiguos incas: ya ha llegado para ustedes el momento feliz de recuperar la plenitud de nuestra vida... de este modo saldremos de ese duro, mezquino vivir, en el que como a perros nos miraban, pues así nuestros enemigos les harían extinguirse en este nuestro suelo..." Firmaba el texto “vuestro amigo y paisano, José de San Martín” [16]. El cacique Ninavilca fue uno de los jefes de las numerosas guerrillas indígenas que contribuyeron a la toma de Lima por el Ejército de los Andes.

            Como Protector del Perú, entre otras reformas trascencentes, San Martín suprimió los tributos y servicios forzados y abolió la denominación de "indio" para borrar las discriminaciones; estableció la libertad de vientres y la de los esclavos que se incorporaban a las armas patriotas; proyectó extender la educación pública, sobre la base del respeto a las culturas indígenas, y protegió los monumentos arqueológicos incaicos como propiedad estatal [17].

La propuesta de la monarquía incaica

            Como reclamara con insistencia San Martín, el Congreso de Tucumán proclamó en 1816 la indepen­den­cia de España (y de toda otra potencia extranjera), refiriéndose a "las Provincias Unidas de Sud América" (y no sólo del Rio de la Plata). En cuanto a la forma de gobierno, el Congreso atendió la propuesta de Belgrano de la monarquía incaica "atemperada", expuesta ya en 1790 por Miranda en un memorial al ministro inglés Pitt [18].

            En sus manifestaciones solemnes, según reconoció Mitre, "los patriotas de aquella época invocaban con entusiasmo las manes de Manco Capac, de Moctezuma, de Guatimozin, de Atahualpa, de Siripo, de Lautaro, Caupolicán y Rengo, como a los padres y protectores de la raza americana. Los incas, especialmente, constituían entonces la mitología de la revolución: su Olimpo había reemplazado al de la antigua Grecia; su sol simbólico era el fuego sagrado de Prometeo, generador del patriotismo...".[19]

            Belgrano alegó la importancia de ganar a las masas indígenas para la causa. La soberanía de un descendiente de los incas -para lo cual había varios candidatos ilustrados y de prestigio- sería simbólica, junto a un régimen representativo, pero tenía gran atractivo popular; y el proyecto de establecer la capital en Cuzco apuntaba al levantamiento del Perú. La perspectiva era, en palabras de Mitre, "fundar un vasto imperio sud-americano que englobase casi la totalidad de la América española al sur del Ecuador" [20].

            San Martín apoyó con entusiasmo la iniciativa, como señala su carta al diputado cuyano Godoy Cruz: "Ya digo a Laprida lo admirable que me parece el plan de un Inca a la cabeza: las ventajas son geométricas" [21]. También se expresaron de acuerdo el caudillo y gobernador salteño Martín Miguel de Güemes y los diputados de la mayoría de las provincias (aunque faltaban en el Congreso las del litoral, coaligadas con Artigas). Los representantes porteños maniobraron para posponer el debate, pues, según explicó después Tomás de Anchorena, podían aceptar una monarquía constitucional, pero no bajo un "despreciable" rey indio. Los reproches que hizo en privado a Belgrano traslucían el temor a lo que precisamente aquél buscaba: ampliar la base social de la revolución [22].

            Mitre, tratando de descalificar la idea de restituir el trono de los incas, supone que San Martín no le dió importancia, y que en sus cartas a Laprida y Godoy Cruz empleaba la expresión "ventajas geométricas" en forma irónica. Sin embargo, en el texto que citamos antes, a renglón seguido recomendaba establecer una regencia unipersonal en ese reino, y hay otras dos cartas suyas a Godoy Cruz (en el Archivo que el propio Mitre recopiló) que resultan igualmente inequívocas: en una afirma que "todos los juiciosos entran gustosamente en el plan", y en la otra explica que, en una consulta a "hombres de consejo" de Mendoza, el doctor Vera volcó su erudición en contra de la propuesta, “no obstante que la masa general estaba por la afirmativa"; lo cual podría servir a Godoy Cruz “para obrar sin traba alguna en el supuesto de que ustedes todos tendrán más presente los intereses del pueblo” [23]. Es indudable que San Martín asignó gran importancia a la posibilidad de aunar la forma monárquica, que él prefería, con la reivindicación del Incario y la integración de los países sudamericanos.

            Tal era su interés por el legado incaico que, reunido con un grupo de notables en Córdoba, los persuadió de reimprimir el que fuera su libro de cabecera: los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega, aquel hijo de un conquistador y una palla inca que había rescatado las tradiciones de la civilización andina. Para ello se abrió una suscripción y se lanzó un prospecto refrendado por José Antonio Cabrera, el presbítero Miguel del Corro, el doctor Bernardo Bustamante, José de Isaza, José María Paz, Mariano Fragueiro, Faustino de Allende, Mariano Usandivaras y otros, donde se exaltaba el sistema de los incas como "un compuesto de justas y sabias leyes que nada tienen que envidiar al de las naciones europeas" [24].

De la revolución a los centenarios

            El proyecto inicial del liberalismo revolucionario concebía la emancipación como una causa compartida por todos los criollos, los descendientes de españoles y de los pueblos originarios, cuyo horizonte necesario era la unión de los países del continente y la ciudadanía plena de mestizos, indios y negros. La incorporación de las masas, en gran medida frustrada, suscitó otras luchas durante las guerras civiles subsiguientes, y fue combatida como una amenaza por las oligarquías que se instalaron en el poder en la etapa posterior, cuando el liberalismo quedó reducido a su expresión mercantil, el librecambio, y el predominio mundial de los capitales imperialistas -en particular de los británicos- impuso la integración subordinada de nuestros países al mercado internacional.

            En la Argentina, la ideología del proceso de la "organiza­ción nacio­nal" y de la generación de 1880 se tradujo en una pedago­gía y una historiografía europeístas, que desvirtuaban el proyecto original de la emancipación, dando la espalda a las demás repúblicas sudame­ricanas, negando las raíces indígenas y el sentido democrático y popular de la revolución. La inmigración europea, según el ideal de Sarmiento, debía sustituir a la población hispano-criolla como base de otra sociedad; aunque las rebeldías de los obreros inmigrantes y sus hijos decepcionaron pronto a la clase dominante.

            La conmemoración del Centenario de la independencia estuvo presidida por una fatal ambigüedad: la necesidad de legitimar el Estado con una imagen mezquina y ficticia de la identidad nacional, cuando la política oficial se sometía a las potencias de Europa y reprimía por igual el descontento de las masas criollas y de los inmigrantes europeos. No sólo se padecía la dependencia económica, sino que el país había retrogradado en la lucha por la emancipación cultural e intelectual. Otro siglo después, en una época en la que los pueblos ejercen un creciente protagonismo y las lecciones del pasado nos aclaran el porvenir, cuando se ha afirmado la conciencia del destino común de los países sudamericanos, ligados por una profunda identidad histórica, la oportunidad del Bicentenario nos obliga a revisar y volver a las fuentes del momento revolucionario de la independencia.




[1] Tulio Halperin Donghi, Historia Contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza, 1975, p. 77-78.
[2] Boleslao Lewin, La rebelión de Túpac Amaru, Buenos Aires, Hachette, 1957, p. 600 y ss.
[3] Boleslao Lewin, Mariano Moreno, su ideología y su pasión, Buenos Aires, Libera, 1971, p. 141-142.
[4] Ver H. Chumbita, Jinetes rebeldes, Buenos Aires, Vergara, 2000, capítulos uno y siete.
[5] Boleslao Lewin, op. cit., p. 161 y ss.
[6] A. Fernán­dez Díaz, El su­puesto plan de Mariano Moreno, Anua­rio del Ins­ti­tuto de Investigaciones His­tóricas, Universidad Nacional del Litoral, Rosa­rio, núm. 4, 1960, p. 56-57, 63, 67 y ss.
[7] José Torre Revello, Yapeyú, Buenos Aires, Instituto Nacional Sanmartiniano, 1958, cap. 4º.
[8] David Peña, Historia de las Leyes de la Nación Argentina, cit. por Rodolfo Puiggrós, Los caudillos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Corregidor, 1971, p. 40 
[9] Julio César Chaves, Castelli, el adalid de Mayo, Buenos Aires, Ayacucho, 1944, p. 251 y ss.
[10] Juan Pablo Echagüe, Historia de Monteagudo, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1950, p. 34, 50, 206.
[11] Juan Canter, "La Asamblea General Constituyente", en Ricardo Levene (dir.), Historia de la Nación Argentina, 1961-1963, tomo VI, 1ª sección.
[12] Carta a O’Higgins del 1° de marzo de 1831, en Museo Histórico Nacional, San Martín. Su correspondencia 1823-1850, 1910, p. 21. Carta a Guido del 20 de octubre de 1845, en Patricia Pasquali, San Martín confidencial, Buenos Aires, Planeta, 2000.
[13] Héctor J. Piccinali, Vida de San Martín en Buenos Aires, Buenos Aires, 1984, p. 326-333.
[14] Ver H. Chumbita, El secreto de Yapeyú, Buenos Aires, Emecé, 2001.
[15] Manuel de Olazábal, "Reminiscencias de algunas generalidades características del Gran Capitán...", en J. L. Busaniche, San Martín visto por sus contemporáneos, Buenos Aires, Solar, 1942, p. 40-42.
[16] Proclama bilingüe de 1819, en Ricardo Levene, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, tomo XXIV-XXV, 1950-1951, p. 676 y siguientes. Traducción literal por Rumi Ñawi.
[17] Mariano F. Paz Soldán, Historia del Perú independiente, primer período 1819-1822, Lima, 1865, cap. XVI.
[18] José M. Rosa, Historia argentina, Buenos Aires, J. C. Granda, 1964, tomo II, p. 14.
[19] Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires, Lajouane, 1887, tomo 2, cap. XXIX, p. 419-420.
[20] B. Mitre, Historia de Belgrano..., tomo 2, cap. XXIX, p. 421-422.
[21] Carta a Godoy Cruz del 22 de julio de 1816, Comisión Nacional del Centenario, Documentos del Archivo de San Martín, Buenos Aires, Coni, 1910, tomo 5, p. 546.
[22] B. Mitre, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, Buenos Aires, 1887-1888, tomo 2, cap. XXVII y XXIX. Carta de Anchorena en Julio Irazusta, Tomás de Anchorena, Buenos Aires, Huemul, 1962, p. 23 y ss. 
[23] B. Mitre, Historia de Belgrano, pp. 426-427. Cartas de San Martín del 12 y del 15 de agosto de 1816: Documentos del Archivo de San Martín, cit., tomo 5, p. 547-549.
[24] Pedro Grenon, ob. cit., p. 41-48. José P. Otero, Historia del Libertador don José de San Martín, Bruselas, s/d, tomo 4, p. 460.